Friday, March 14, 2008

EL CASTILLO DE LOS FUMADORES DE HACHIS


Hartos de tráfico, locura de claxon y humos insoportables nos damos un respiro en las remotas montañas del Alborz; donde se pierde en la memoria la existencia de los mercenarios que, en busca de fortuna, no dudaban en raptar o, peor aún, en liquidar a personajes ilustres de la época. Motivados por la promesa del paraíso e inducidos por la vahos del hachís, los discípulos de Hasan-e Sabbah se refugiaban en estos montes a la espera de nuevos encargos. Hoy nada queda de la presencia de estos guerreros y los habitantes de Gazor Khan viven apaciblemente bajo las ruinas del castillo de Alamut. Una atalaya impresionante que sumerge al viajero en un letargo similar al que debieron de experimentar los "assassin".
Noche y día. La paz de Alamut nos parece un sueño lejano en las caóticas calles de Teheran. Sobrevivimos a su tráfico y a su polución, escapamos de su laberíntico bazar y comprobamos que la riqueza arquitectónica de su pasado se perdió para siempre en la modernidad del mausoleo de Khomeini.
Después de avanzar un paso más en nuestras gestiones para entrar en Turkmenistán, huímos de la capital sin mirar atrás, en un tren demasiado familiar para nosotros y que poco se esfuerza en disimular que antaño recorrió las vías españolas.
Llegamos a Isfahan, una ciudad impresionante, acogedora, que seduce al visitante con la belleza de sus edificios y la mirada de sus mujeres. Nos perdemos en sus calles, nos dormimos en su plaza y de vez en cuando, nos pellizcamos para cercionarnos de que no soñamos ante la majestuosidad de la gran mezquita del Imán.
Irán nos va atrapando poco a poco, en ningún otro lugar la hospitalidad se entiende como la entienden los persas; en ningún otro lugar se siente el calor de la bienvenida como en esta tierra castigada por sus gobernantes y temida por la ignorancia de occidente.

Sunday, March 2, 2008

AQUELLOS MARAVILLOSOS AÑOS


Cruzar el puesto fronterizo de un país a pie siempre le provoca a uno sensaciones más intensas que cuando se hace en el entorno protector de cualquier medio de transporte. En el caso del paso de Norduz, la impresión de vulnerabilidad se magnifica por la majestuosidad de las montañas que forman el valle del río Araxe.
La marshrutka nos deja frente a la salida de Armenia y el conductor se despide de nosotros con una sonrisa. Los nubarrones grises dan a los picos un aspecto amenazador; encogidos por el entorno y por el peso de nuestras mochilas avanzamos hasta la entrada de un lugar desconocido para nosotros.
Nuestro pesar se va despejando con las nubes y con la cálida acogida de los guardas de la frontera; después de un regateo a ciegas por desconocer el valor real de la moneda, nos embarcamos en un taxi rumbo a Jolfa. Pasamos la mitad del camino absortos en la contemplación de la puesta de sol; y la otra mitad rogando por que no sea el día del taxista. Con el tiempo iremos descubriendo que su forma de conducir no difiere mucho de la del resto de conductores.
En Tabriz saboreamos por primera vez la abrumadora hospitalidad de los iraníes; tres jóvenes se ofrecen voluntariamente a mostrarnos su ciudad e invitarnos a comer en la casa de sus padres.
De la mano de Shahzade recorremos Tabriz, pero su mayor inquietud es transmitirnos su impotencia, su desencanto, su falta de opciones en un país en el que el gobierno no escucha los gritos de libertad de su gente.
Para siempre nos quedará grabado el brillo en los ojos de aquella señora -preciosa mirada turbada por la emoción- que se acercó corriendo para que contáramos a nuestro regreso la realidad del Irán de los ayatollah.
Partimos de Tabriz hacia Zanjan atraídos por unas ruinas del siglo III y, antes de apearnos del bus, hemos hecho amistad con Naser; un estudiante de informática que nos ofrece alegremente su casa compartida con otros compañeros. Dudamos por un momento, pero nos dejamos arrastrar por la insistencia persuasora del joven Naser, que de ningún modo acepta nuestra negativa.
En Zanjan pasamos tres días memorables, recordando viejos tiempos de la vida de estudiante; celebrando mi avanzada juventud en un cumpleaños con sonido a folclore iraní y a burbujas de pipa de agua; y dejándonos llevar por un ritmo de vida incompatible con madrugones. Si las ruinas están en su lugar desde hace siglos, bien podrán esperar unos años más.
Con la pena del que se despide para siempre de amigos de la infancia, dejamos a Naser, Yusef y Muslem plantados frente a la ventanilla bromeando con el entusiasmo del que tiene toda la vida por delante.