Saturday, June 28, 2008

BIENVENIDOS AL ABSURDO


Los valles que rodean la zona de Karakol son la meca del turismo. Descartadas otras alternativas por problemas burocráticos y climatológicos, nos sumamos al grueso de aventureros que vienen a rendir culto a los Apus del lugar. Los motivos son variados, algunos por esnobismo, por curiosidad o para ver de cerca las nieves que despuntan en el horizonte, otros por pura pasión por la montaña, y no falta algún americano, de los de salvar al mundo mascando chicle, que decide ser original cruzando los puertos más exigentes calzando unas sandalias. Pasan los días haciendo preparativos, alquilando material y acopiando víveres, el grupo va engordando con el encuentro casual con Natacha y Arthur que nos acompañarán de nuevo en nuestro viaje.
El peso de nuestras mochilas, y el de los días de inactividad durante el invierno cargan de plomo nuestros pies, la marcha transcurre lenta y el cielo amenaza. En plena subida al lago Ala Kol una tormenta de granizo nos obliga a encogernos al abrigo de una vieja caseta de madera. La tormenta pasa y las nubes se van abriendo tentándonos a seguir camino y dándonos la tregua suficiente como para acampar a orillas del lago. Allí arriba no para de nevar y las tiendas van cediendo al peso obligándonos a pasar la noche en vela y a usar nuestra imaginación para poder cenar caliente.
La mañana despejada nos regala una de esas maravillas que suele ofrecer la naturaleza para compensar una noche endiablada. Subimos al puerto dejando huellas frescas en la nieve y pensando en lo bien que lo pasará el listo de las sandalias.
De nuevo el llano, nuestros días en Kirguizistán se convierten en una carrera alocada para llegar hasta China. Topamos con las enormes dificultades de las carreteras secundarias, regresamos de nuevo a Bishkek para retomar la ruta principal y para comprobar por pura diversión si los cambistas del Osh Bazar intentaban de nuevo el juego de manos que ya descubrimos en la primera visita. Conseguimos plaza de tercera clase en un camión sin carga rumbo al paso de Irkestán. El camino de Osh hasta China es largo y la carretera una de las peores que sufrieron alguna vez nuestros esqueletos. La belleza del paisaje nos hace olvidar la tortura de los baches y el polvo del camino se va apoderando de nosotros, aprovechando el estado semi ausente que nos provoca el ronroneo del motor y los pensamientos perdidos en lo que dejamos atrás con nuestro viaje. Antes de la caída de la noche llegamos al puesto fronterizo en el que nos quedaremos a dormir para afrontar los trámites con renovadas energías.
Brilla alto el sol cuando los guardas de Kirguizistán tienen a bien abrir sus puertas, pero la incomprensible idiosincrasia china nos agota esperando entre camiones a que algo suceda. Las páginas del libro van cayendo una tras otra y lo vemos adelgazar con un ojo atento a la barrera que permanece inmóvil. Una, dos, seis horas y todo sigue tranquilo. La desesperanza nos abruma y nos abandonamos resignados al aburrimiento cuando el ruido lejano de un motor nos devuelve la ilusión.
El registro por parte de los guardianes de la doctrina de Mao es estricto. Con el paso de los años, los viajes nos acostumbraron a ser sospechosos en la aduana de casi cualquier canallada. Nos acusaron en Australia de tráfico de drogas, en Sudáfrica de trata de blancas, y cada vez que pisamos la estación de Zaragoza no falta un policía de paisano que compruebe que no somos parte de una banda armada. Nada de eso nos sorprende ya, pero las mentes paranoicas siempre van un paso por delante del más ingenuo de los mortales y esta vez nuestro delito es que nuestros mapas no reflejan fielmente los límites de la República Popular. Una charla sumisa, como aconsejan las buenas costumbres del eterno sospechoso, convierte el incidente en una risa y pasamos la frontera sin más novedad que una guía hecha jirones. Porque, eso sí, un mapa que le de a Taipei el estatus de capital de país, es objeto non grato a este lado de la alambrada.

Sunday, June 15, 2008

EL TECHO DEL MUNDO II


Cansados de peatonear por el mundo nos lanzamos a explorar las estepas de Murgab en prestadas monturas de metal. Un viento huracanado se opone a nuestro avance, e incluso una tormenta de arena se suma al trabajoso esfuerzo que supone pedalear a más de tres mil quinientos metros por encima del mar. El camino, más largo y más duro de lo previsto, nos obliga a pasar la noche en una yurta plantada para extranjeros junto a una fuente de aguas termales. No conviene luchar contra las circunstancias en esta dura tierra, de nada sirve acelerar nuestros corazones cuando el próximo transporte vendrá quizás mañana, o quizás pasado.
Antes de abandonar Tajikistán hacemos una última parada junto al lago Karakul, y una vez más, esta vez en compañía de Arthur y de Natacha, nos vemos anclados junto a una carretera sin tráfico a merced del paso del tiempo, y a la espera de que una estela de polvo rompa la monotonía de un horizonte emborronado por el calor.
Cruzamos por fin a un nuevo país, marcado más por un cambio de clima que por la presencia de otra frontera. La sequía pertinaz de las últimas semanas se convierte en lluvias torrenciales, y nuestras esperanzas de que la "autopista del Pamir" mejore con los mayores recursos de que dispone Kirguizistán, se ven barridas bajo los innumerables desprendimientos que bloquean la carretera. Sorteamos una, dos, tres, infinitas barricadas naturales, soportamos con paciencia los atascos provocados, e incluso intentamos sin éxito organizar el tráfico dialogando con los ofuscados conductores. De nada sirve aportar nuestra visión occidental, cuando el más mínimo hueco lo ocupa inmediatamente el mas rápido o el mas fuerte. Después de una interminable odisea damos con nuestros doloridos huesos en Osh, punto de partida para recorrer este rincón de Asia Central, antes de dar el salto hacia China.
En Bishkek nuestros caminos se separan temporalmente, y Henry, el irlandés, se une al mio para visitar el lago Song Kol. Comenzamos la marcha de buena mañana, y aún no hemos caminado ni veinte minutos cuando escuchamos por primera vez una palabra que nos acompañará durante toda la ascensión. "Kumuz" nos gritan desde una yurta junto al camino, y así descubrimos la bebida nacional, después del vodka, que preparan los nómadas con leche de yegua. La abrumadora hospitalidad local convierte la excursión en una inacabable caminata interrumpida constantemente para saborear el kumuz; y la fuerte pendiente martiriza nuestros estómagos ya agonizantes por la acidez y el exceso de líquido.
Junto al lago las tormentas se suceden, los días transcurren en la vida de los pastores como lo han hecho siempre; y en las nuestras con más hospitalidad y más leche de yegua fermentada -me esta empezando a gustar esta bebida-, en casa de los que menos tienen.
El contacto con las montañas carga mis energías, las posibilidades son infinitas, y la corta estancia que nos posibilita nuestra visa, me obliga, a seguir camino con la mirada fija en los montes de Karakol. Los paisanos van sembrando sus casas de piel allá donde la tierra es más generosa con sus pastos, y el paisaje se va poblando de árboles a medida que nos acercamos a Issyk Kul. Lejos en la memoria quedan ya los áridos montes del Pamir, y las elegantes cumbres del Tia Shan, nos reciben con el estruendo de sus ríos en el apogeo de la primavera.