Thursday, August 14, 2008

LA CIUDAD PROHIBIDA CAMBIA DE LUGAR


Al fin llegamos a Xian, punto y final de la ruta de la seda aunque no de nuestro viaje. Todavía faltan muchos kilómetros en tercera clase, antes de que nuestros caminos se vayan curvando hacia el oeste para tomar rumbo hacia la vieja Europa.
En el hogar del primer gran emperador de la China se deja sentir la presencia de su escolta enterrada hace miles de años y la proximidad en el tiempo del circo olímpico. Los guerreros de terracota nada pueden contra el ejército invasor. Armados con sus cámaras y sobrealimentados hasta la obesidad, los vándalos de occidente disparan la inflación de las zonas mas turísticas. La armada del emperador Qin Shi Huang sucumbe ante su propia gloria sin perder del todo su encanto, por lo que todavía merece una visita.
Nuestra ruta hacia la capital pasa por algunas poblaciones que, aunque ahora volcadas con el turismo, siguen conservando el encanto de sus callejones desiertos, de sus partidas de ajedrez a la hora de la siesta, de la vida sin prisas. En Pingyao tomamos aire antes de sumergirnos en el caos de Beijing, conquistado ya por el espíritu olímpico y sus horribles mascotas. ?Quién elige esos bichos? ?Quién es el padre de los Jiwi, Flubby, Coby...? ?Quién les pone nombre?
La enorme presión policial se suma al agobiante calor de un sol eternamente oculto tras la neblina. Visitamos los lugares más atractivos, varios templos (y van mil), y hacemos un intento por ver el estadio del nido de pájaro; al llegar, un inmenso bloqueo policial nos impide el paso. Durante más de quinientos años la residencia de los emperadores estuvo vetada a los tristes mortales, hoy la ciudad prohibida se desplaza a las afueras de Beijing y está fuera del alcance de todo aquel que no se adorne con los colores mágicos. Ni siquiera nuestro D.N.I., que tantas alegrías nos ha dado para variar, nos abrió las puertas del Olympo.
Hartos de tanta farsa, de tanto "one world, one dream" con cordones policiales para que las autoridades visiten la ciudad sin mezclarse con las masas; nos vamos hacia el norte a comprobar el estado de la muralla. En Jinshanling el tiempo sigue trabajando la piedra y, salvo unos cuantos tramos bien reconstruidos, el gigantesco muro deja soñar con la historia lejos del bullicio de otras zonas más visitadas. Esquivamos la presencia de los guardas para hacer noche en una de las antiguas torres de vigilancia. Con la Gran Muralla para nosotros solos vemos pasar la tormenta y el sol, como siempre huidizo, nos priva de un amanecer que prometía demasiado.
Nuestras horas en China llegan a su fin. Adiós al pollo con cacahuetes, a la comida picante y los restaurantes ruidosos. Adiós a la polución, a los escupitajos y al tráfico imposible...aun no hemos salido y ya empiezo a echar de menos este país, ?por qué sera?