La primera impresión que Zagreb ofrece al visitante es de paz, quizás es porque eso mismo es lo que sus habitantes desean después de haber sufrido los desastres de la guerra. Si uno llega en un radiante día soleado, tiene que apretar fuerte los dientes para no expresar la desgastada idea de que se podría comparar con París o con Praga, que parecen ser las ciudades de referencia que todo el mundo usa.
-!Pues no! Se parece a Zagreb, ?o acaso no lo ves? Banderas croatas, tranvías croatas, !uy, una bandera francesa! Pero bueno, ese es el instituto francés de Zagreb; sí, definitivamente es Zagreb y eso es lo que parece.
Durante dos días nos perdemos por sus calles, tomamos café en sus terrazas y nos divertimos haciendo fotos en el famoso mercado de Dolac, donde una mezcla agridulce de ancianas tocadas con pañuelos anudados bajo la barbilla, venden frutas y verduras, y sonrisas, y muecas serias, y trocitos regalados de queso, y besos al bronce de las estatuas y la experiencia de toda una vida resumida en un par de frases dichas en una lengua que se nos antoja más laberinto que la propia ciudad. Menos mal que existen los ojos, que le traducen al alma lo que la razón no entiende.
Descubrimos la catedral y algún que otro museo; nos plantamos ante la puerta de más de un teatro como niños pobres frente al ventanal de un restaurante. Los museos nos aburren, rezar se nos olvidó, y la entrada del teatro se escapó de nuestro presupuesto; así que ha llegado la hora de huir hacia adelante.
-?Sabes que s´que es cierto que me recuerda un poco a París?
- Dí lo que quieras, pero lo que yo no olvidaré de Zagreb es el olor de sus calles a castañas asadas.