Friday, January 25, 2008

TRES DESPEDİDAS Y UNA QUE NO PUDO SER


Aprovechando el clima benigno de Efeso nos regalamos con una comida al sol para acumular todo el calor posible antes de tomar el bus con destino a Capadocia. Nos llegan rumores de temperaturas bajo cero, pero ni todo el hielo del mundo nos impedirá visitar una tierra llena de magia, de paisajes imposibles, casi obscenos, en los que las formas del hombre y la mujer se alternan a capricho del agua.
Tras una larga noche de viaje el sol llama a las ventanas para despertarnos, para mostrarnos la belleza del desierto bajo la nieve, para tentarnos con la silueta recortada contra la luz del alba de montañas que invitan a caminar sin descanso.
En Goreme nos encontramos con Ale y María, dos chilenas que conocimos en Estambul, y unimos fuerzas para alquilar cuatro ruedas que nos permitan visitar la luna a nuestro antojo. Juntos nos dejamos hipnotizar por un paisaje que luce espléndido bajo un sol generoso; el frío es intenso y la nieve no alcanza a ceder ante sus rayos. Caminamos boquiabiertos por los valles, cerramos los ojos para sentir la agitación en la vida de los caravanserais en los días de esplendor de la ruta de la seda y nos perdemos en ciudades subterráneas y cuevas que sirvieron de hogar hace siglos. Regresan las chilenas al suyo y nosotros nos quedamos en la nuestra para seguir conociendo, esta vez a pie, el laberinto que rodea Goreme.
Françoise se une al grupo para llenar el vacío que dejaron nuestras amigas y nos empuja con entusiasmo a recorrer mas kilómetros de los que quisieran nuestros ánimos aburguesados por el coche. Medio guia medio sirena, Françoise nos muestra hasta el último rincón con su mapa hecho jirones y nos empuja a celebrar con vino de la tierra el cumpleaños de un Guillem que abandonó los veinte viendo desperezarse a la luna llena mientras el sol, fatigado, incendiaba el horizonte.
Con tristeza nos despedimos de otra amiga que nos regaló el viaje, maldiciendo entre dientes el destino del viajero condenado eternamente a decir adiós.

UNAS BESTİAS CON MALA BABA


Nos asomamos por fin al mar Egeo, un antiguo cruce de caminos deseado por griegos, persas y romanos; por estas tierras deambularon personajes como Alejandro Magno, Troya se dejó engañar por un juguete inocente y las maravillas del mundo antiguo eran el camino a casa de los habitantes de estas costas. Por un terreno en el que la virgen Maria pasó sus últimos días vamos arrastrando los pies entre las ruinas que soportan con orgullo el paso de los siglos.
Nos acercamos hasta Ayvalik para presenciar un espectáculo que promete ser interesante. Días atrás nos hablaron dela lucha de camellos; hoy es domingo y en Ayvalik es día de fiesta, junto a un cercado se acumulan sillas, carros y barbacoas; la mañana es fría y rostros adormilados van preparando el sitio dispuestos a disfrutar. Aparecen los primeros camellos engalardonados con trajes multicolor a medida de tan particular silueta. Los dueños de las bestias las muestran con orgullo dentro de la improvisada plaza. Al principio nada tiene sentido y las peleas se nos antojan juegos infantiles, el sol va subiendo, las botellas de licor se secan en las gargantas del gentío y la música se acelera al ritmo alegre de los danzantes. Los camellos se contagian del paso vivo que toma la tarde y las peleas desatan la algarabía del público.
Aprovechando el anonimato de ser los únicos turistas y el camuflaje que brindan nuestras abultadas cámaras nos hacemos pasar por periodistas extranjeros y nos colamos en el ruedo junto a la televisión local. Más de una vez tenemos que quitarnos del paso del camello perdedor que, batiéndose en retirada, amenaza con arrollarnos en su huída y llenarnos de babas.
La fiesta llega a su final y nos despedimos de Ayvalik con la alegría de haber vivido una tarde inolvidable entre luchas, ritmo de charanga, fiesta mayor y bocadillos de salchicha de camello; ese es el fin ultimo de los campeones que dejan de ganar y el de los aspirantes que nunca lo fueron.

Thursday, January 10, 2008

CRUZAMOS EL ESTRECHO

El invierno sigue su curso y la nieve se arrima a las orillas del transitado Estrecho del Bósforo, el tráfico de la ciudad se transforma en un caos total. Seguimos deambulando por las calles convirtiendo sitios extraños en lugares comunes y miradas recelosas en sonrisas sinceras. Poco a poco nuestros oídos se van acostumbrando a la llamada diaria a la oración; todo comienza como el canto de los gallos al amanecer, un minarete responde al otro y poco a poco el aire se inunda con una cacofonía de cantos a mitad de camino entre el flamenco y el lamento.Visitamos las puestas de sol sobre la imponente mezquita de Süleyman, esperamos con paciencia a que los pescadores sobre el puente del Gálata recojan el fruto de muchas horas bajo el frío, saboreamos los pescados fritos a la orilla misma del mar y odiamos el kebap nuestro de cada día. Nos perdemos en el laberinto de muchos mercados de barrio, regateamos sin descanso para ahorrarnos unas liras y aprovechamos el tiempo libre para trabajar unas horas en nuestro improvisado hogar.

El fin de año se acerca y Estambul se puebla de almas en busca de un lugar exótico en el que comenzar una vida nueva.
Llegan viajeros de Sudamérica que nos recuerdan los buenos momentos que pasamos junto a Belén y Máximo. Uruguayos, argentinos, franceses y un británico serán la compañía de esta nochevieja que llega sin campanadas y sin uvas, pero con alegría y acento latino.
Con los Reyes Magos recibimos los esperados visados y un par de alas nuevas para seguir adelante. Más de tres semanas en el Mavi Guesthouse han sido suficientes para hacer amigos, para aprender a decir "sinsentidos" en turco, conocer la política del país y sentirnos mano de obra barata por un día.
Con cierta pena preparamos la mochila, a la que le ha sentado mal tanto descanso, y con unos kilos de más acumulados con tanto regateo, miramos al mar Egeo con la esperanza de un cambio... y de un clima más benigno.