Friday, November 21, 2008

LA ULTIMA ESTACION


Jugando a ser bohemio en París, con la mirada en casa y media Europa a la espalda, me siento por última vez a reflexionar sobre el viaje. Muchas cosas sucedieron por el camino, muchos encuentros imborrables y algún desencuentro inevitable. Nada ocurrió como estaba previsto, nada estaba previsto y aun así el viaje fue tomando vida mostrándonos la dirección a seguir en cada momento.
La llegada al viejo continente fue traumática. Hubo un tiempo en el que los viajes eran privilegio de unos pocos que disponían de la fortuna suficiente o de las agallas para embarcarse en alocadas empresas, que en muchas ocasiones acababan en desastre. Hoy la cosa ha cambiado, la tecnología avanza que da susto y no hay viajero que se mueva por Europa sin teléfono móvil y ordenador portátil. Las mochilas dan paso a la maletita de ruedas y es imprescindible llevar en el equipaje máquina de afeitar, zapatos de fiesta y el último grito en desodorantes: "AXE night attack". Por lo que pueda suceder. Hoy triunfa el tour organizado, incluso para ir a los garitos de moda, y la comida en Mc Donald's para evitar sorpresas. Hoy para ser viajero basta con pisar muchos países de los que ponen sello en el pasaporte y recorrer miles de kilómetros para terminar hablando con la computadora...y yo con estos pelos, y estas barbas, y unos pantalones raídos que compré en Irán, y la mochila hecha pedazos y para colmo de rarezas escribiendo a mano en un local con banda ancha...
A pesar de todo la ruta siempre reserva algunos encuentros para compensar. Y así conocí al loco Sebastián, a Adela y a Andrew con los que pasamos unos buenos momentos en las noches de Centroeuropa; y así conocí a Cindy que tenía unos ojos de gata persa que parecían de mentira; y así llegue a París, sabiendo que no era mi sitio, pero por echar unas fotos. Que se queden los parisinos con su glamour y sus luces, que yo me quito los zapatos y me voy con los hijos de Twain.
Gracias por seguir nuestras aventuras y hasta más ver amigos.

Wednesday, October 22, 2008

EL TREN DE LAS SEÑORAS


Por primera vez desde que comenzó el viaje mi rumbo busca la dirección del sol de poniente, por primera vez me dirijo a casa. Ulan Bator se difumina en el horizonte en un reguero deshilachado de yurtas y fábricas de lúgubre aspecto y mi mente está ya en Europa anticipándose a un cambio de cultura y de ritmo de vida que llegará sin duda con el cruce de los Urales.
Las horas pasan lentas, el vagón se sume en un letargo marcado por los ritmos acompasados de las vías hasta que, de repente, sin motivo aparente, los pasillos se llenan de vida, de embalajes extraños y el bullicio se apodera del arrullo hasta entonces omnipresente del tren. Aparecen las primeras casas, otra ciudad. Los dueños de los paquetes se agitan inquietos. Cientos de personas esperan en el andén y ninguna pretende viajar. Lo que les congrega allí son las mercancías, presumiblemente baratas, que traen los comerciantes mongoles. Abundan abrigos, mantas y toallas, pero adentrándose en la masa humana que se forma en la estación, uno encuentra zapatos, bolsos, ropa interior... los maniquís suben y bajan, pasajeros de plástico sin equipaje y sin billete; y las babushkas ofrecen al viajero de qué alimentarse. El tren se mueve, las últimas transacciones tienen lugar apresuradamente por las ventanas y poco a poco la serpiente de hierro recobra la tranquilidad sumergiéndose en un sueño del que no despertará hasta la siguiente parada.
En este centro comercial con ruedas metálicas llego a Moscú, cinco días después, dos libros después, veinte horas de música después, seis paquetes de noodles y treinta cafés después de abandonar Mongolia, esta vez con los papeles en regla y el consentimiento explícito de las autoridades rusas.
Los rigores burocráticos del imperio más extenso de la tierra no me permiten más que una corta visita para recordar aquella vez en que las sandías se convirtieron en souvenir, las calles en laberinto y los recuerdos de la noche en imágenes efímeras vividas en tercera persona. (1)
Un día para apreciar la belleza de las rusas, los desmanes arquitectónicos de la paranoia soviética y la exuberancia exagerada de la catedral de san Basilio y del metro de Moscú. Un día para visitar la ciudad antes de tomar de nuevo el tren hacia los países del Báltico.
(1) Referencia a un viaje anterior a Rusia en el que nuestra juventud pasajera y nuestra perenne falta de lucidez nos llevaron a cometer alguna que otra locura...

Thursday, October 9, 2008

MONGOLIA


Inmersos en el sopor hipnótico del que viaja en el tiempo, entramos en Mongolia imaginando presentes, futuros y pasados abrazados a una ventanilla que nos enseña, por si alguna vez lo olvidamos, que viajar es soñar, siempre soñar. Soñar con el próximo viaje y con el regreso. Soñar con volver a abrazar a los que dejamos en casa y con conocer a los que aun no estaban. Soñar con nuevos amigos, con otra puesta de sol y con leyendas de viejos sabios. Viajar es vivir soñando, no importa dónde dormirás mañana, no importa el destino, y eso lo aprendemos bien en este país, al principio meta final de este viaje.
Mongolia resulta ser una pequeña decepción, posiblemente provocada por las altas expectativas que abrigábamos antes de llegar; y sin duda alimentada por la actitud de sus gentes que no han sabido asimilar el impacto destructivo del turismo, que con su toque nefasto de rey Midas, convierte en cuestión de dinero todo lo que toca. Aun así, los casi dos meses que he pasado en esta tierra no han estado exentos de aventuras, fuertes emociones y encuentros interesantes que han dejado una huella que perdurará para siempre en mi memoria.

UN TOUR POR EL DESIERTO.
Los primeros días en Ulan Bator reciben calurosamente la visita de Solene, que llegó dispuesta a comerse el mundo de un bocado y a recorrer todo el país en las tres semanas escasas de que disponía. La realidad la devuelve a su sitio, las carreteras mongolas imponen su voluntad y filtran la llegada de viajeros a los lugares más inhóspitos. El tiempo y el dinero marcan su ritmo y optamos por seguir la ruta más transitada para visitar el desierto del Gobi. Tiempo habrá después para sacar el pulgar a pasear y rezar a los dioses de la carretera para que no nos dejen tirados en la cuneta.
No hay misterios, un tour es un tour y cada vez que me encuentro en uno me prometo que esta vez será la última. Poco a poco la monotonía del paisaje se suma a las largas horas en los asientos de la vieja furgoneta rusa y sólo alguna puesta de sol, alguna noche durmiendo bajo miles de estrellas, aplacan la impaciencia que provocan el tedioso paseo a camello o la parada obligatoria para la foto de grupo. Esta vez sí, me juro con vehemencia, esta vez es la última o cuelgo la mochila de una vez por todas.

¿QUIEN ME ROBO EL VERANO?
Una tarde cualquiera del mes de agosto abandonamos el grupo con una gran sonrisa, todavía no sé si provocada por la alegría o por el intenso frío que se clava en los huesos. Sorprendidos por el duro clima de la supuesta tierra del cielo azul nos embarcamos en un abarrotado autobús dispuestos a trazar nuestro camino. Lejos ya del alcance del manto protector de las compañías turísticas, comenzamos a sufrir los primeros problemas con los conductores locales, que tienen asumido no sólo que todo turista es inmensamente rico, no sólo que por una extraña razón el viajero repartirá con alegría el dinero sin importarle lo más mínimo, sino que asumen también que es su obligación apoderarse de la mayor cantidad posible del tesoro del extraño. Obviamente esta filosofía es incompatible con la mía, y lo que es más importante, con la situación de mis arcas, por lo que me veo obligado a sacar el genio en más de una ocasión para persuadirles de su error.
En el lago blanco conocemos a una pareja de franceses que han llegado desde Europa con su vieja caravana, y que nos proponen acompañarles en su camino hacia el norte. El clima empeora y las fuertes lluvias convierten las pistas en terreno imposible para la camioneta, demasiado cansada para luchar con las duras condiciones. Con grandes esfuerzos avanzamos terreno, a veces la máquina nos lleva, a veces somos nosotros los que la sacamos a ella de las trampas de la ruta. Sin darnos cuenta van cayendo las hojas del calendario en un otoño prematuro y la hora llega de regresar a la capital para despedirse de una Sol eclipsada por la dureza del viaje y por el peso de sus propias preocupaciones que no supo dejar atrás.

UN ANIVERSARIO MEMORABLE.
Con todo el tiempo del mundo por delante, un presupuesto que toca a su fin y frente a un mapa de Mongolia, decido que ya ha llegado la hora de rendir visita a los apus del lugar. Sin demasiado tiempo para reflexionar uno mis fuerzas a un grupo desigual de viajeros a los que sólo me une el objetivo común de llegar a las montañas del oeste. Juntos atravesamos el país en dos todoterreno alquilados para la ocasión, acampando en la estepa y disfrutando de una vida nómada que nuestros chóferes se empeñan en estropear haciéndonos revivir malas experiencias pasadas. No hay nada que una al extranjero y al mongol más allá de los papeles coloreados que pudren las almas de los ávaros. Con una pequeña batalla campal les despedimos deseando olvidarnos de todo perdiéndonos en la soledad fría de las montañas.
Los días se suceden regalándonos paisajes otoñales y las noches nos castigan en nuestras casas de papel con temperaturas de invierno. Poco a poco vamos recorriendo una senda gastada por el ganado, descubriendo nuevos paisajes y despidiendo a los verdaderos nómadas que recogen sus enseres a nuestro paso para escapar de un clima demasiado duro para las personas y para las bestias. Nos adentramos en el valle, aparecen glaciares y cimas majestuosas ninguneando con su belleza los pesares de la travesía.
Penúltimo día de septiembre, las primeras luces del alba me sacan de la calidez de mi saco de dormir para presenciar un amanecer de lujo que brindo a mi sobrino Víctor en su quinto cumpleaños. Con dificultad me calzo las botas, literalmente congeladas durante la noche, y poco a poco desciendo hasta el glaciar con la única compañía del crujir de mis pasos en la nieve absorto por la luz cambiante que desciende lentamente de las cumbres nevadas. Cuando regreso al campamento todo el mundo esta preparado para ascender el que creemos será el último puerto de la travesía.
Avanzamos con calma confiando que los apus nos serán favorables una vez mas, pero casi sin darnos cuenta nos vemos atrapados en medio de una furiosa tormenta que ciega nuestros pasos y nuestro entendimiento. El grupo, presa del desconcierto y de la histeria se resquebraja. Confundidos por el viento, un mapa inútil y por el chullanchaqui que me tiene manía, Henry el inglés y yo, cruzamos inadvertidamente y sin papeles la frontera de Rusia, contentos por dejar atrás la histeria del resto del grupo y la hostilidad de la montaña.


UN PERCANCE DE PROPORCIONES INTERNACIONALES.
Desde el momento en que vislumbramos la bandera tricolor del puesto militar ondeando al viento, nuestra vida se convierte en una sucesión de acontecimientos asombrosos. Después de superar la sorpresa, el mando del fuerte comienza a gestionar nuestros destinos. Las horas pasan vacías, la comida es buena y las sonrisas cómplices de la tropa nos tranquilizan. A media tarde, enfundados en un grueso abrigo prestado para soportar el frío extremo de Siberia, el capitán nos embarca en la parte trasera de un vehículo y nos despide con un forzado “go home”.
En el remolque abierto a la intemperie, escoltados por dos guardas armados con su kalashnikov, la oscuridad se cierra, la nieve arrecia y el camión avanza a duras penas abriéndose paso entre el espeso manto. Perdidos en ninguna parte nos hacen descender y caminar en la noche siguiendo el paso apresurado de nuestros centinelas. Con dificultad marchamos a ciegas intentando no caer al precipicio que se adivina, la capa de nieve sobrepasa nuestras rodillas, el grueso abrigo es un estorbo y el ánimo ensombrecido por la incertidumbre no ayuda a aguantar el ritmo experto del que fue entrenado para luchar contra los rigores del invierno siberiano. Al llegar a nuestro destino, un coche espera para transportarnos durante el resto de la noche a la ciudad más próxima y depositarnos en el cuartel como sospechosos de espionaje.
Los interrogatorios se suceden, el trato es excelente y si no fuera porque cada vez que vamos al baño nos acompaña un guardia, creeríamos que estamos en uno de tantos hostales. Pasamos las horas muertas jugando al ping-pong con nuestros captores hasta que por fin llega la hora de despedirnos del lugar. Se ha deshecho el entuerto, las autoridades mongolas nos recibirán en la frontera para devolvernos la libertad. El mando del cuartel nos despide con una sonrisa amable desde la ventana y abandonamos Rusia con la música kazaka a todo volumen en medio de un ambiente de fiesta. Al llegar al puesto fronterizo todavía nos aguarda una sorpresa. Los militares mongoles que han de hacerse cargo de nuestro traspaso, completamente ebrios, no aciertan a cumplimentar el papeleo. Asistimos a un espectáculo lamentable y divertido a la vez. Entre vomiteras y abrazos paposos, la armada rusa nos deja al amparo del grupo de borrachos. ¡Que dios nos pille confesados!
Mongolia nos recibe como siempre, los trámites de este lado de la frontera se reducen a una simple cuestión de dólares, y nuestra vida tranquila de turista vuelve a la normalidad.
De nuevo en Ulan Bator, tres días sin hacer nada a la espera del tren que me devolverá a Europa, me ayudarán a reposar y a asimilar las intensas experiencias vividas en la tierra de Gengis Khan.

Nota: Aunque he criticado fuertemente la actitud de los mongoles para con el turista, me gustaría resaltar que esta crítica ha sido provocada por mis experiencias y que soy consciente de que siempre que uno generaliza a todo un país esta cometiendo una injusticia. Mis disculpas pues a los pocos mongoles honestos que conocí y a los muchos que no se cruzaron en mi camino.

Tuesday, September 9, 2008

MONGOLIA

Mis disculpas por la falta de capitulos, pero las condiciones de viaje de Mongolia se imponen y no podre editar ningun capitulo hasta finales de Septiembre.

Nos leemos entonces con nuevas aventuras en la tierra del cielo azul, donde no para de llover. (Pero no me voy a quejar porque ya ha caido alguna nevadita...)

Thursday, August 14, 2008

LA CIUDAD PROHIBIDA CAMBIA DE LUGAR


Al fin llegamos a Xian, punto y final de la ruta de la seda aunque no de nuestro viaje. Todavía faltan muchos kilómetros en tercera clase, antes de que nuestros caminos se vayan curvando hacia el oeste para tomar rumbo hacia la vieja Europa.
En el hogar del primer gran emperador de la China se deja sentir la presencia de su escolta enterrada hace miles de años y la proximidad en el tiempo del circo olímpico. Los guerreros de terracota nada pueden contra el ejército invasor. Armados con sus cámaras y sobrealimentados hasta la obesidad, los vándalos de occidente disparan la inflación de las zonas mas turísticas. La armada del emperador Qin Shi Huang sucumbe ante su propia gloria sin perder del todo su encanto, por lo que todavía merece una visita.
Nuestra ruta hacia la capital pasa por algunas poblaciones que, aunque ahora volcadas con el turismo, siguen conservando el encanto de sus callejones desiertos, de sus partidas de ajedrez a la hora de la siesta, de la vida sin prisas. En Pingyao tomamos aire antes de sumergirnos en el caos de Beijing, conquistado ya por el espíritu olímpico y sus horribles mascotas. ?Quién elige esos bichos? ?Quién es el padre de los Jiwi, Flubby, Coby...? ?Quién les pone nombre?
La enorme presión policial se suma al agobiante calor de un sol eternamente oculto tras la neblina. Visitamos los lugares más atractivos, varios templos (y van mil), y hacemos un intento por ver el estadio del nido de pájaro; al llegar, un inmenso bloqueo policial nos impide el paso. Durante más de quinientos años la residencia de los emperadores estuvo vetada a los tristes mortales, hoy la ciudad prohibida se desplaza a las afueras de Beijing y está fuera del alcance de todo aquel que no se adorne con los colores mágicos. Ni siquiera nuestro D.N.I., que tantas alegrías nos ha dado para variar, nos abrió las puertas del Olympo.
Hartos de tanta farsa, de tanto "one world, one dream" con cordones policiales para que las autoridades visiten la ciudad sin mezclarse con las masas; nos vamos hacia el norte a comprobar el estado de la muralla. En Jinshanling el tiempo sigue trabajando la piedra y, salvo unos cuantos tramos bien reconstruidos, el gigantesco muro deja soñar con la historia lejos del bullicio de otras zonas más visitadas. Esquivamos la presencia de los guardas para hacer noche en una de las antiguas torres de vigilancia. Con la Gran Muralla para nosotros solos vemos pasar la tormenta y el sol, como siempre huidizo, nos priva de un amanecer que prometía demasiado.
Nuestras horas en China llegan a su fin. Adiós al pollo con cacahuetes, a la comida picante y los restaurantes ruidosos. Adiós a la polución, a los escupitajos y al tráfico imposible...aun no hemos salido y ya empiezo a echar de menos este país, ?por qué sera?

Sunday, July 27, 2008

EL ETERNO ESTUDIANTE


Xinjiang es la última frontera de China, la más alejada y un territorio en el que sus habitantes no parecen darse cuenta que ya no estamos en Asia Central. Los mismos hábitos, trajes parecidos y una ligera mejora en la oferta culinaria. Los mismos mercados ruidosos, carros tirados por burros y mujeres musulmanas cubiertas con velo. ?Pero, hemos entrado en China o no? Sí, hemos entrado, una estatua de Mao presidiendo la rutina diaria de Kashgar nos devuelve a la realidad.
Ansiosos por estar inmersos en la China de verdad, la del arroz y los ojos rasgados, dejamos atrás kilómetros de desierto. El terrible y bello desierto de Taklamakan, que antaño obligaba a las caravanas de la ruta de la seda a desviarse para evitarlo bien por el norte o por el sur.
Vamos rompiendo el viaje con paradas aquí y allá para descansar de las largas jornadas. Pronto asoman los primeros edificios de techos ondulados, y el extremo más occidental de la Gran Muralla nos anuncia el fin de tierras bárbaras. Se construyó para eso, para proteger la civilización de las hordas del norte. Hoy, de pie sobre sus muros en un mundo barbarizado, uno no sabe de que parte de la pared puede venir la catástrofe.
Nos sorprenden los elevados precios de cualquier visita turística, ya sea un paraje natural o un lugar histórico el viajero ha de rascarse el bolsillo pagando un precio desproporcionado con el coste de la vida diaria. Para mitigar ligeramente el quebranto que suponen las alocadas tarifas y, aprovechando el desentendimiento total, nos hacemos pasar por estudiantes debidamente identificados con nuestros flamantes D.N.I. El guarda de turno mira una y otra vez la extraña tarjeta hasta que, dándose por vencido, nos cobra la mitad del importe sin interesarse demasiado por nuestro aspecto de bachiller envejecido.
La barrera idiomática provoca situaciones a veces frustrantes, en ocasiones cómicas. Algunas veces nos esforzamos por nombrar los platos que nos apetece comer, otras señalamos al azar en el menú cualquier linea de símbolos que se ajuste al presupuesto. Las situaciones más complejas se dan a la hora de comprar pasaje, ya que a la menor duda, en vista de nuestra evidente extranjería, la cajera de turno nos manda a paseo sin hacer muchos esfuerzos por comprender a dónde queremos viajar. En estas situaciones hemos comprendido que la actitud de la "mosca cojonera" es la más efectiva y nos aferramos con las dos manos al mostrador para no soltarlo hasta obtener un billete de ida a nuestro destino.
El gran gigante, el dragón dormido, parece despertarse por momentos transformando en unos pocos años lo que permaneció estático durante siglos. En este proceso de modernización, aunque no todo sea negativo, nos da la impresión de que el partido regente con un sencillo juego de palabras, ha abierto las puertas al consumismo más salvaje sin abandonar la política represiva habitual. De esta forma la gran China milenaria se irá fundiendo poco a poco con occidente obligando a sus gentes a adaptarse como puedan a la nueva situación; como los monjes Shaolis que andaban por la calle dando un espectáculo circense para vender unas pocas baratijas.
!Cómprame pequeño saltamontes!

Saturday, June 28, 2008

BIENVENIDOS AL ABSURDO


Los valles que rodean la zona de Karakol son la meca del turismo. Descartadas otras alternativas por problemas burocráticos y climatológicos, nos sumamos al grueso de aventureros que vienen a rendir culto a los Apus del lugar. Los motivos son variados, algunos por esnobismo, por curiosidad o para ver de cerca las nieves que despuntan en el horizonte, otros por pura pasión por la montaña, y no falta algún americano, de los de salvar al mundo mascando chicle, que decide ser original cruzando los puertos más exigentes calzando unas sandalias. Pasan los días haciendo preparativos, alquilando material y acopiando víveres, el grupo va engordando con el encuentro casual con Natacha y Arthur que nos acompañarán de nuevo en nuestro viaje.
El peso de nuestras mochilas, y el de los días de inactividad durante el invierno cargan de plomo nuestros pies, la marcha transcurre lenta y el cielo amenaza. En plena subida al lago Ala Kol una tormenta de granizo nos obliga a encogernos al abrigo de una vieja caseta de madera. La tormenta pasa y las nubes se van abriendo tentándonos a seguir camino y dándonos la tregua suficiente como para acampar a orillas del lago. Allí arriba no para de nevar y las tiendas van cediendo al peso obligándonos a pasar la noche en vela y a usar nuestra imaginación para poder cenar caliente.
La mañana despejada nos regala una de esas maravillas que suele ofrecer la naturaleza para compensar una noche endiablada. Subimos al puerto dejando huellas frescas en la nieve y pensando en lo bien que lo pasará el listo de las sandalias.
De nuevo el llano, nuestros días en Kirguizistán se convierten en una carrera alocada para llegar hasta China. Topamos con las enormes dificultades de las carreteras secundarias, regresamos de nuevo a Bishkek para retomar la ruta principal y para comprobar por pura diversión si los cambistas del Osh Bazar intentaban de nuevo el juego de manos que ya descubrimos en la primera visita. Conseguimos plaza de tercera clase en un camión sin carga rumbo al paso de Irkestán. El camino de Osh hasta China es largo y la carretera una de las peores que sufrieron alguna vez nuestros esqueletos. La belleza del paisaje nos hace olvidar la tortura de los baches y el polvo del camino se va apoderando de nosotros, aprovechando el estado semi ausente que nos provoca el ronroneo del motor y los pensamientos perdidos en lo que dejamos atrás con nuestro viaje. Antes de la caída de la noche llegamos al puesto fronterizo en el que nos quedaremos a dormir para afrontar los trámites con renovadas energías.
Brilla alto el sol cuando los guardas de Kirguizistán tienen a bien abrir sus puertas, pero la incomprensible idiosincrasia china nos agota esperando entre camiones a que algo suceda. Las páginas del libro van cayendo una tras otra y lo vemos adelgazar con un ojo atento a la barrera que permanece inmóvil. Una, dos, seis horas y todo sigue tranquilo. La desesperanza nos abruma y nos abandonamos resignados al aburrimiento cuando el ruido lejano de un motor nos devuelve la ilusión.
El registro por parte de los guardianes de la doctrina de Mao es estricto. Con el paso de los años, los viajes nos acostumbraron a ser sospechosos en la aduana de casi cualquier canallada. Nos acusaron en Australia de tráfico de drogas, en Sudáfrica de trata de blancas, y cada vez que pisamos la estación de Zaragoza no falta un policía de paisano que compruebe que no somos parte de una banda armada. Nada de eso nos sorprende ya, pero las mentes paranoicas siempre van un paso por delante del más ingenuo de los mortales y esta vez nuestro delito es que nuestros mapas no reflejan fielmente los límites de la República Popular. Una charla sumisa, como aconsejan las buenas costumbres del eterno sospechoso, convierte el incidente en una risa y pasamos la frontera sin más novedad que una guía hecha jirones. Porque, eso sí, un mapa que le de a Taipei el estatus de capital de país, es objeto non grato a este lado de la alambrada.

Sunday, June 15, 2008

EL TECHO DEL MUNDO II


Cansados de peatonear por el mundo nos lanzamos a explorar las estepas de Murgab en prestadas monturas de metal. Un viento huracanado se opone a nuestro avance, e incluso una tormenta de arena se suma al trabajoso esfuerzo que supone pedalear a más de tres mil quinientos metros por encima del mar. El camino, más largo y más duro de lo previsto, nos obliga a pasar la noche en una yurta plantada para extranjeros junto a una fuente de aguas termales. No conviene luchar contra las circunstancias en esta dura tierra, de nada sirve acelerar nuestros corazones cuando el próximo transporte vendrá quizás mañana, o quizás pasado.
Antes de abandonar Tajikistán hacemos una última parada junto al lago Karakul, y una vez más, esta vez en compañía de Arthur y de Natacha, nos vemos anclados junto a una carretera sin tráfico a merced del paso del tiempo, y a la espera de que una estela de polvo rompa la monotonía de un horizonte emborronado por el calor.
Cruzamos por fin a un nuevo país, marcado más por un cambio de clima que por la presencia de otra frontera. La sequía pertinaz de las últimas semanas se convierte en lluvias torrenciales, y nuestras esperanzas de que la "autopista del Pamir" mejore con los mayores recursos de que dispone Kirguizistán, se ven barridas bajo los innumerables desprendimientos que bloquean la carretera. Sorteamos una, dos, tres, infinitas barricadas naturales, soportamos con paciencia los atascos provocados, e incluso intentamos sin éxito organizar el tráfico dialogando con los ofuscados conductores. De nada sirve aportar nuestra visión occidental, cuando el más mínimo hueco lo ocupa inmediatamente el mas rápido o el mas fuerte. Después de una interminable odisea damos con nuestros doloridos huesos en Osh, punto de partida para recorrer este rincón de Asia Central, antes de dar el salto hacia China.
En Bishkek nuestros caminos se separan temporalmente, y Henry, el irlandés, se une al mio para visitar el lago Song Kol. Comenzamos la marcha de buena mañana, y aún no hemos caminado ni veinte minutos cuando escuchamos por primera vez una palabra que nos acompañará durante toda la ascensión. "Kumuz" nos gritan desde una yurta junto al camino, y así descubrimos la bebida nacional, después del vodka, que preparan los nómadas con leche de yegua. La abrumadora hospitalidad local convierte la excursión en una inacabable caminata interrumpida constantemente para saborear el kumuz; y la fuerte pendiente martiriza nuestros estómagos ya agonizantes por la acidez y el exceso de líquido.
Junto al lago las tormentas se suceden, los días transcurren en la vida de los pastores como lo han hecho siempre; y en las nuestras con más hospitalidad y más leche de yegua fermentada -me esta empezando a gustar esta bebida-, en casa de los que menos tienen.
El contacto con las montañas carga mis energías, las posibilidades son infinitas, y la corta estancia que nos posibilita nuestra visa, me obliga, a seguir camino con la mirada fija en los montes de Karakol. Los paisanos van sembrando sus casas de piel allá donde la tierra es más generosa con sus pastos, y el paisaje se va poblando de árboles a medida que nos acercamos a Issyk Kul. Lejos en la memoria quedan ya los áridos montes del Pamir, y las elegantes cumbres del Tia Shan, nos reciben con el estruendo de sus ríos en el apogeo de la primavera.

Thursday, May 29, 2008

EL TECHO DEL MUNDO I


Las ciudades de la antigua Unión Soviética y la burocracia están unidas por un lazo inseparable, y a pesar de tener todos los visados en regla, en Dushanbe tenemos que llevar al límite, una vez más, nuestros escasos conocimientos de ruso para cumplir todos los requisitos que exige el gobierno Tajiko. Un registro, un permiso para acceder a ciertos lugares del país, una mala excusa para dejar al visitante desprovisto de divisas.
Nos quedamos en la capital el tiempo justo para que sonrían las estatuas de Lenin al ver que sus viejos métodos siguen todavía vigentes. Ponemos tierra de por medio con impaciencia por llegar al legendario Pamir, el techo del mundo, un nudo montañoso del que se van deshilachando las cordilleras más imponentes del planeta. El Tian Shan, el Karakorum, el Hindu Kush, parten de este lugar creando barreras inmensas y modelando las costumbres de sus habitantes a fuerza de luchar contra la adversidad.
El viaje desde Dushanbe hasta Khorog lo hacemos en una antigua máquina rusa que todavía supera con fuerza los peores tramos de la ruta. Enlatados en la estructura metálica vamos botando durante horas al ritmo que marcan los baches. Unos golpecitos en el hombro, hay que anunciar al turista que al otro lado del río esta Afghanistán, eso seguro que le impresiona. Abrimos bien los ojos y escudriñamos cada hueco en la roca, cada recodo del río, y, después de convencernos de que por allí no anda Bin Laden, nos dejamos atrapar de nuevo en el sopor que provoca un viaje que dura ya demasiado.
Por fin ponemos el pie en Khorog, más de veinte horas de música estridente, esqueletos de tanques de guerra abandonados en la cuneta, un estupendo paisaje y la amenaza del hombre más buscado, nos han dejado a las puertas de la que fue bautizada como la autopista del Pamir; ochocientos kilómetros de carretera sin asfaltar en su mayor parte, con fama de transcurrir por uno de los parajes más bellos del Asia Central.
Dispuestos a abordar cualquiera de los muchos camiones que suponemos harán el recorrido, aparcamos nuestros bultos junto a la ruta. Hay menos tráfico del esperado y comprobamos que la tarea va a ser más difícil de lo previsto.
La primera jornada nos lleva hasta Jelandy, un pequeño conjunto de casas encerrado entre montañas, donde nos esperan unas aguas termales que relajan nuestros entumecidos músculos de viajero. El segundo tramo resulta mucho más complicado, apenas vemos un vehículo en todo el día, y los que pasan van cargados en exceso o piden demasiado. Apostados junto a una vieja caseta vemos pasar las horas, abrumados por un estruendoso silencio roto de vez en cuando por el silbido del viento; las más de las veces; o por el ruido lejano de un motor que nos saca de nuestro letargo para volvernos a sumir de nuevo en la decepción de un coche que pasa de largo, o que circula en sentido contrario. Así pasamos dos días hasta que un alma caritativa se apiada de las nuestras a un precio moderado.
El maltrecho todoterreno resopla en las cuestas, dejando atrás la que fue nuestra cárcel sin rejas, abriéndonos de nuevo el horizonte a un paisaje salvaje, imponente como sólo lo pueden ser los grandes espacios abiertos. Un desierto lleno de vida que únicamente los pobres se atreven a habitar porque nada tienen que perder...

Saturday, May 17, 2008

NO PASARAN


Nuestras horas en Tashkent llegan a su fin, los últimos papeles, una última lucha contra los burócratas, batalla perdida de antemano; y un último paseo por aquel extraño parque, cementerio de reliquias de una guerra, mientras Guillem se intenta deshacer de la moneda local, que de nada le servirá en nuestro próximo destino. Un grupo de ancianos, uniformados todos y todos con las chaquetas rebosantes de condecoraciones; obsequios sin valor al valor en la batalla, o a la tenacidad en los despachos; quizás los padres de la burocracia que hoy atormenta al ciudadano de cualquier ex-república de la desaparecida Unión Soviética. Parecen celebrar que siguen vivos después de aquella guerra; y después de los más de sesenta años que tuvieron que seguir luchando para no sucumbir en sus propias trampas, para llegar a lucir todas esas medallas un espléndido día de Mayo de 2008. Se entusiasman con la idea de que vengo de España, me hablan de Dolores mientras levantan el puño al grito de "!no pasarán!" Con el alborozo de un grupo de colegiales en plena excursión me obligan a montar en su autobús y me invitan a celebrar que siguen vivos, que seguimos vivos, y que a pesar de que pasar sí que pasaron, hoy, un espléndido día de Mayo de 2008, ellos han vencido a la muerte y no falta el vodka para celebrarlo.
Con rabia por no poder preguntarles todo lo que quisiera saber, todo lo que podría contarme este episodio de la historia reunido en un banquete, me lanzo a una sesión fotográfica que levanta las sospechas del jefe de la policía secreta. Momentos de tensión, -incluso llego a temer que me confisquen la cámara-, se acaban de un plumazo cuando uno de los ancianos, del que más medallas cuelgan de su chaqueta, me arranca de las garras del funcionario para que le tome unas fotos rodeado de azafatas.

- !Si señor! Que la vida son cuatro días y a ver cuando se va a ver usted en otra como esta, rodeado de mujeres bonitas. Además a mi me viene de puta madre para que me olvide ese plasta. ?Qué perfil quiere? ?El de la derecha o el de la izquierda?

Con una pequeña historia de espías y agentes del KGB se terminan nuestros días en Uzbekistán. Las montañas del país vecino nos aguardan y no podemos defraudarlas.
Una semana en Penjikent, la visita a los lagos de Kulikalon y de Dushakha, unos días de acampada bajo las estrellas, arrimándonos al calor del fuego durante la noche y bañándonos en las gélidas aguas al abrigo del calor del sol, recargan nuestras energías, nos hacen olvidar el tedio de la ciudad y llenan nuestros pulmones de aire fresco. Preludio de lo que nos espera bajo las altas cumbres del Pamir.
Abandonar Penjikent no es barato y nos embarcamos en una larga jornada de autobuses destartalados y de negociaciones con camioneros para superar la distancia que la separa de la capital, Dushanbe, por una maltrecha carretera y un larguísimo túnel que parece la mismísima entrada del infierno. El asombro que nos producen los paisajes que se van descubriendo a la vuelta de cada curva, en cada cambio de pendiente del terreno, nos hace olvidar el dolor de nuestros huesos que aumenta sin remedio hora tras hora de un viaje que transcurre por una ruta que parece pensada para dificultar el transporte, como si estuviera construida con las mismas consignas que utilizaban los abuelos de Tashkent, como si gritara puno en alto: "!no pasarán!"

Sunday, May 4, 2008

EL TIEMPO NO PARA


Deseosos de abrir nuevos horizontes, de abandonar el Uzbekistan más turístico y de acercarnos a esas montañas que se asoman en el horizonte, alquilamos una cama de fakir para tres en un viejo tren. No es tiempo de lujos y subimos al vagón armados con tres minúsculos pasteles de carne y de frutos secos, con la certeza de que la venta ambulante satisfará nuestras necesidades durante la noche.
Comienza el baile, el viejo motor de gasoil intoxica el aire y el convoy se mantiene en equilibrio sobre las vías como por arte de encantamiento. Las sacudidas del cuerpo despiertan los estómagos y los viajeros desenfundan sus provisiones para matar el hambre, indiferentes al traqueteo. La generosidad suple la falta de vendedores, y con nuestra bolsa de pipas y una sonrisa intentamos corresponder a nuestros compañeros de viaje. Acabado el frugal banquete, todos guardan sus enseres y cada uno intenta procurarse un lugar en el que dormir el tiempo.
El valle de la Fergana es tan amplio que los montes nevados siempre quedan lejos. Sus ciudades poco ofrecen al visitante ávido de emociones. Desorientados las vamos recorriendo una tras otra en busca de algo interesante que nos haga olvidar la pequeña decepción que supone esta región. Visitamos la fábrica de seda de Margilan, discutimos con la embriaguez de un recepcionista de Namangan, dormimos en casa de un taxista y jugamos a la pelota con el pequeño Aslam por no soportar la usura de sus hoteles. Casi sin querer aparecemos en un camping del pueblecito de Nanay, que nos tienta mostrándonos las impresionantes cumbres del Tian Shan; una promesa rota, sus nieves pertenecen a los kirguizos y nuestros pasaportes están en blanco.
Con rabia contenida bajamos al pueblo para alimentar al menos nuestras barrigas; no hay restaurante; un conductor risueño se acerca, nos indica que subamos a su furgoneta y nos descarga en un antro de juerguistas en el que nos es imposible terminar toda la comida o despreciar un trago de vodka. Nos retiramos a descansar; el estómago pesado y el espíritu liviano por el alcohol y las risas; para escapar a una borrachera inevitable si seguimos el ritmo de cada nuevo amigo que se suma al grupo.
Llega la noche y regresa de nuevo nuestro chófer. Manifiestamente ebrio nos apremia para que montemos en la furgoneta. Nuestras dudas sobre su capacidad de manejo se convierten en asombro cuando el que nos conduce hasta la casa es su hijo de diez años. Apenas alcanza los pedales y, con el cuello estirado por encima del volante, demuestra que la opción del niño es, sin duda, una alternativa mejor a la del borracho. Aparca y releva a su madre en la preparación de la cena mientras el padre nos instala, todavía perplejos, en el humilde comedor.
Regresamos a Tashkent con la alegría de haber descubierto un rincón en la Fergana que no olvidaremos nunca. El tiempo es imparable y san Felipe llega a su hora para robarnos la compañía de Sandra. Parece que fue ayer cuando vine a este maldito aeropuerto - que ayer me pareció lindo - a encontrar esa sonrisa que hoy nos deja, con lágrimas de abandono, a las puertas de un lugar pensado para los que no tuvieron nunca a nadie a quien decir adiós.

Wednesday, April 23, 2008

UN VIAJERO COMO OTRO CUALQUIERA


El tránsito por Turkmenistán se hace mas sosegado de lo que nos hacían imaginar los insuperables trámites burocráticos para conseguir el visado. Cruzar la frontera supone un choque frontal con una cultura diferente; nos impresionan los cambios que ha obrado en nosotros el estar inmersos en una sociedad tan reprimida como la de Irán. Mujeres sin velo, hombres charlando abiertamente con ellas sin reparo en saludarlas o darles la mano despiertan nuestro instinto inducido por mes y medio de televisión de mullahs y prohibiciones absurdas. Turkmenistán no es tierra de libertades, pero al menos tenemos el consuelo de poder mirar a los ojos sin sentirnos culpables, y la recompensa de una sonrisa de mujer.
Ashghabat nos sorprende, moderna y tranquila, echamos de menos el bullicio y la vida de las calles de Teherán. Una ciudad aséptica, escenario de un gran hermano postsoviético, que continuó las locuras del Kremlin. Fotos del nuevo presidente, heredero del fallecido Niyazov, vigilan las calles junto a continuas referencias al único libro de "Turkmenbasi". Ególatras consumados, subidos en pedestales de oro, controlan la vida de los turkmenos que miran para otro lado como si no fueran con ellos las locuras de sus líderes.
Cruzamos el país a todo tren empujados por la brevedad del visado y alentados por el encuentro con Sandra, que se unirá a nosotros en Tashkent, y que traerá en su mochila energías frescas para desperezar nuestros espíritus agotados por seis meses de viaje, y nuevas ilusiones para nuestras mentes que se quedaron ya sin capacidad de sorpresa por el exceso de estímulos.
Alquilamos un piso en la capital de los Uzbekos y aspiramos a vivir como ellos sin lograrlo. Nuestras caras de asombro al viajar en el metro, hermano pobre del impresionante metro de Moscú; nuestra incapacidad de comunicarnos que nos impide comer más de uno o dos platos de los que, con mucho esfuerzo, aprendimos el nombre; nuestras vestimentas, demasiado nuevas o demasiado gastadas, que despiertan de su letargo a los policías, aburridos por el exceso de guardianes o por la falta de pillos; resaltan nuestra extranjería, y nos convierten en blanco de miradas y en tema para las fotos del turismo local.
Más trámites que cumplir, nuevas embajadas aligeran nuestra reserva de billetes; de esos verdes que creen en dios y que se usan para traficar con el diablo. Una semana se nos escapa entre los dedos, deseosos de huir, de conocer de una vez aquellas ciudades que tanto prometían cuando, antes de comenzar el viaje, mirábamos el mapa con la ilusión de un chiquillo.
Samarkanda, Bukhara y Khiva no nos decepcionan por su belleza, pero nos dejan confundidos por su falta de alma. Lo que no acabó de robar la planificación marxista, lo remata la creciente actividad turística. Nada queda de lo exótico, del paisaje evocador de sueños orientales y caravanas de camellos. Las hordas de Gengis Khan sustituídas por autobuses de occidentales que, como nosotros, vinieron a buscar la magia que se perdió con la llegada de los tiempos modernos.
Resignados y asumiendo nuestra parte de culpa, nos perdemos por las callejuelas de Khiva a la espera de que llegue la noche; para poder pasear con los ojos cerrados; para poder imaginar la vida de esta ruta que fue el corazón del mundo en otro tiempo.

Thursday, April 3, 2008

UNA DE ROCK 'N ROLL


Isfahan da paso a Yazd y Yazd a Shiraz, tierra donde antiguamente se bebían los mejores vinos. De ese pasado consagrado a las buenas costumbres sólo quedan los poemas de Hafez y el nombre de una variedad de uva. El vino se perdió, pero Hafez permanece en el corazón de los persas y es venerado como el más santo de los profetas. En su tumba nos hablaron de su pasado y abrieron una ventana a nuestro futuro.
Una agradable noche de primavera comprobamos el rigor de las autoridades que, de un tirón, arrancaron de nuestras manos uno de los pocos placeres que todavía son tolerados por estos lares.
Con la esperanza de solearnos en las playas de Bandar-e-Abbas afrontamos el año nuevo persa entre máscaras de colores, que no de fiesta, compras frenéticas y una enorme dificultad para encontrar un alojamiento acorde con nuestro presupuesto; dificultad que pone a prueba todos nuestros recursos de viajero. Las sucias aguas que bañan Bandar nos mantienen en la orilla y nos conformamos con zambullirnos en su bullicioso mercado, que en estos días del año 1386 son un espectáculo de compras de última hora que nos recuerdan nuestra consumista Navidad.
Llega el 1387, algunas de las leyes del país se corresponden con las de occidente por esas fechas, y lo que más llama nuestra atención son los burkas de colores que las mujeres soportan estoicamente bajo el calor sofocante del Golfo.
En Irán, la fiesta del año nuevo no es cosa de tomarse a la ligera y se celebra con inverosímiles acampadas en los lugares mas extravagantes. Los comercios permanecen cerrados, y Kerman sería una ciudad fantasma de no ser por las casas de trapo que brotan en cualquier rincón. Los iraníes se convierten en nómadas por unos días, y en ciertos lugares como Mashad, el reto de conseguir alojamiento es misión imposible. Mashad es el lugar donde descansan los restos del imán Reza. Aquí llegan peregrinos de todo el mundo chiíta aprovechando los días de asueto que les brinda el "nowruz". Llamamos a todas las puertas, agotamos opciones, jugamos el papel de turista pobre e indefenso -que es lo que somos- y, finalmente, la policía ejerce su influencia para encontrarnos un lugar digno donde descansar nuestras mochilas.
Adquirimos el título de "mosafer" de honor, comemos con el alcalde de Mashad y, después de darle nuestra visión occidental de como se podría mejorar el turismo, y de evitar ciertas preguntas con veneno acerca de las mujeres de Irán, contravenimos sus deseos de mullah y nos colamos en la tumba del venerado imán; vetada a los infieles.
Años de conciertos de mecheros boca abajo y empujones nos han preparado para el espectáculo dentro del lugar sagrado. Gente caminando sobre cabezas ajenas, multitud enfebrecida aplastando a sus congéneres para llegar a tocar al santo mientras los afanados guardianes golpean con plumeros telescópicos las cabezas de los más exaltados para intentar controlar la muchedumbre. Unos minutos nos son suficientes para entender por qué no comprendemos nada y abandonamos el lugar con la certeza de llevarnos en la memoria una experiencia que quedará por mucho tiempo.
Las hojas de 1387 van cayendo y el tiempo llega de regresar al futuro; el 2008 nos espera al cruzar una frontera que separó dos grandes imperios. Nos despedimos de Irán y de sus gentes con pena por abandonar uno de los lugares que mejor nos han tratado en nuestro deambular por el mundo. Una nación juzgada y condenada por la sinrazón de su gobierno; juicio y condena alimentados por la estupidez y el interés de unos pocos.

Friday, March 14, 2008

EL CASTILLO DE LOS FUMADORES DE HACHIS


Hartos de tráfico, locura de claxon y humos insoportables nos damos un respiro en las remotas montañas del Alborz; donde se pierde en la memoria la existencia de los mercenarios que, en busca de fortuna, no dudaban en raptar o, peor aún, en liquidar a personajes ilustres de la época. Motivados por la promesa del paraíso e inducidos por la vahos del hachís, los discípulos de Hasan-e Sabbah se refugiaban en estos montes a la espera de nuevos encargos. Hoy nada queda de la presencia de estos guerreros y los habitantes de Gazor Khan viven apaciblemente bajo las ruinas del castillo de Alamut. Una atalaya impresionante que sumerge al viajero en un letargo similar al que debieron de experimentar los "assassin".
Noche y día. La paz de Alamut nos parece un sueño lejano en las caóticas calles de Teheran. Sobrevivimos a su tráfico y a su polución, escapamos de su laberíntico bazar y comprobamos que la riqueza arquitectónica de su pasado se perdió para siempre en la modernidad del mausoleo de Khomeini.
Después de avanzar un paso más en nuestras gestiones para entrar en Turkmenistán, huímos de la capital sin mirar atrás, en un tren demasiado familiar para nosotros y que poco se esfuerza en disimular que antaño recorrió las vías españolas.
Llegamos a Isfahan, una ciudad impresionante, acogedora, que seduce al visitante con la belleza de sus edificios y la mirada de sus mujeres. Nos perdemos en sus calles, nos dormimos en su plaza y de vez en cuando, nos pellizcamos para cercionarnos de que no soñamos ante la majestuosidad de la gran mezquita del Imán.
Irán nos va atrapando poco a poco, en ningún otro lugar la hospitalidad se entiende como la entienden los persas; en ningún otro lugar se siente el calor de la bienvenida como en esta tierra castigada por sus gobernantes y temida por la ignorancia de occidente.