Friday, February 22, 2008

ARMENIA


Nuestro calendario de visados nos obliga a elegir entre visitar dos países a toda prisa o dejar uno para mejor ocasión. Georgia pierde la partida y la abandonamos para constatar, decepcionados, que nuestras gestiones diplomáticas tampoco tienen éxito en Yerevan; Turkmenistán esta resultando un escollo, tendremos que tentar a la diosa fortuna en Irán u olvidarlo para siempre.
Armenia guarda celosamente su magia para descubrirla solo ante el viajero que se tome la molestia de enfrentarse a las mil y una dificultades que supone desplazarse por el país; más aún en invierno cuando las carreteras quedan sepultadas por la nieve, y superar cada puerto se revela una batalla a muerte para los viejos autobuses soviéticos. Milagrosamente, estas piezas de museo prestan todavía hoy su servicio, y van dejando atrás las montañas ante nuestra incrédula mirada y la conversación impasible de las señoras, que ni siquiera se ve perturbada cuando la mitad del pasaje se tiene que apear del bus y sembrar la vía de ramas y tierra para salvar así una impasable placa de hielo.
Los encantos del país quedan eclipsados por la arquitectura insípida y gris de sus ciudades y por el riguroso invierno. La deprimente población de Alaverdi está dividida por un corte vertical en el paisaje. Cuando uno llega allí quiere escapar cuanto antes; sin embargo, si uno supera ese primer impulso, descubre con agradable sorpresa los monasterios de Sanahin y Aghpat. En Alaverdi nos alojamos en la casa de una señora que presta el servicio que dejo de dar el ruinoso hotel Debed. Allí paran cada noche los transportistas que viajan por el valle y cuando oscurece beben lo que ganaron por el día. Entablamos conversación con un par de camioneros que generosamente nos ofrecen una cerveza. Incapaces de declinar sus continuas invitaciones la charla se va entorpeciendo por los vapores del alcohol, la cerveza deja paso al vodka, y nos vemos obligados a hacer gala de todos nuestros recursos mímicos para rechazar, sin ofender, el alquiler de compañía femenina.
Seguimos rumbo hacia el sur. El viejo Ararat sigue proyectando su sombra sobre el país aunque ya no forme parte de él. Vamos descubriendo a sorbos el paisaje, desenterrando de bajo la nieve monasterios y viejos caranvanserais de la ruta de la seda. Nos plantamos absortos a los pies del monasterio de Tatev, casi más impresionados por la carretera que nos llevo hasta él, que por la magnífica construcción del siglo IX. A estas alturas ya no nos sorprende el tener que desmontar para ayudar con nuestro esfuerzo a nuestro transporte a salir de la nieve; pero esta vez llegamos a Tatev sin respiración y con las mandíbulas doloridas de tanto apretar los dientes.
En Kapan la encantadora Penny nos regala con su hospitalidad y nos hace disfrutar de dos días de comidas caseras y de reuniones entre amigos, a cambio de una tortilla de patata. Con la sensación de haber pasado por casa por un instante, negociamos por última vez el precio de nuestros asientos en la marshrutka, cruzando los dedos para desear con todas nuestras fuerzas que en Irán se haya terminado ya el invierno.

Saturday, February 9, 2008

CASTIGO DIVINO


El trayecto hasta la frontera transcurrió sin ninguna novedad, el conductor de la furgoneta surcaba la nieve adelantando a coches y trineos con toda normalidad, dando una sensación de seguridad que negaba la ausencia del asfalto.
En el puesto fronterizo de Turkgozu nos quedamos sin medio de transporte, y ante la ausencia evidente de cualquier posibilidad de viajar al pueblo mas cercano, atacamos al peculiar trío de turcos que esperaba la conclusión de las formalidades para seguir camino. Nuestra falta de opciones nos deja en inferioridad a la hora de negociar y, tras despedirnos de nuestras últimas liras, aseguramos el pasaje con los bolsillos del revés.
Los burócratas nos dan vía libre, ocupamos nuestros asientos en la parte trasera del coche y esperamos pacientemente a que el chófer se despida de sus amigos de la frontera. Primero para en una caseta para devolverle las cadenas al guarda; poco después frente en lo que parece una gasolinera para saludar a voz en grito. Arranca; completamente atónitos comprobamos que la carretera sigue cubierta de nieve y que el chivato luminoso anuncia frenético que el combustible esta a punto de agotarse. Confiados en que el tipo no puede ser tan estúpido nos relajamos en nuestros asientos; el mas bajito comenta algo entre risas y del techo baja una pantalla de vídeo. Dos mujeres desnudas en actitud mas que cariñosa nos convencen de que ya hemos entrado en suelo de Georgia y de que los turcos, con la frontera, han dejado atrás a su dios y sus costumbres. Nos miramos y divertidos, constatamos una vez mas que la hipocresía rige la vida de los más beatos en cualquier parte del globo.
A la vez que el ánimo de nuestros amigos, la carretera se levanta, el coche se rinde, incapaz de salvar la pendiente nevada sin la ayuda de las cadenas. Varios intentos comienzan a desesperarnos hasta que aparece un vehículo que vivió sus mejores años en los tiempos de Stalin, y que dispone de unas cadenas que no desentonan con la edad de la máquina. Con una sola rueda la pendiente queda atrás: pero no avanzamos demasiado antes de que la realidad dé la razón al testigo de la gasolina y nuestro benefactor tenga que sacarnos de apuros una vez más.
Anocheciendo llegamos a nuestro destino y nos despedimos del transporte, casi besando el suelo a la usanza del viejo Papa, mientras nuestros compañeros de viaje achacan todos nuestros males a un castigo de Ala por habernos mostrado la película porno.

Tuesday, February 5, 2008

ADİCTOS AL CHAİ Y UNA MALDİTA FRONTERA


En la tierra sagrada de Urfa no hay sitio para la nieve, ni en sus peores días la noche sucumbe al hielo. Posiblemente se deba a eso el carácter acogedor de sus gentes. Urfa es una mezcla de creencias, aquí tres religiones comparten profeta; los locales son medio turcos, medio sirios y no hay lugar en todo el país en el que darse un paseo por la calle sea tan entretenido como en la ciudad santa. Compartimos tabaco, chai y sonrisas provocadas por un vacío en el lenguaje; damos de comer a las carpas sagradas y nos dejamos deslumbrar por los hábitos coloridos de los peregrinos.
Por miedo a no quedarnos prendados para siempre huímos hacia Diyarbakir; donde su población luce orgullosa un corazón kurdo.
El laberinto de la parte antigua esconde la iglesia armena de Meyrem Ana. Llamamos a la puerta, -en el centro de una ciudad que tanto tiempo estuvo en armas, la minoría cristiana no confía demasiado en la calma-. En el patio se solea aburrido Murat; al vernos sale de su letargo y se autoproclama guía oficial a cambio de unas palabras en inglés. Con Murat vamos descubriendo la vida de la ciudad, nos abre los ojos a una minoría entre los menos y, junto con Melike, nos saca los colores al ritmo de una melodía kurda. Comprobado, las danzas tribales no son lo nuestro.
A pesar de nuestro guía abandonamos Diyarbakir para continuar rumbo a oriente. La carretera desaparece bajo la nieve y el chofer, hábil insensato, va trazando la ruta mientras mas de sesenta almas disfrutan inquietas del blanco paisaje. Al fin llegamos a los pies del mítico monte Ararat; sus puestas de sol nos hacen sentir culpables por los amaneceres que nos roba la pereza. El frío invierno lo es menos bajo el sol que nos acompaña cada día, y así disfrutamos en solitario de ciudades y palacios que hartos de ver amaneceres cayeron en ruinas manteniendo la altivez de tiempos mejores.
La antigua capital de Armenia descansa hoy en territorio turco; apenas ciento cincuenta kilómetros separan Ani de Yerevan, pero una estúpida frontera nos cierra el paso obligándonos a dejar Turquía dando un rodeo. Cruzamos los dedos, nos despedimos por fin del kebap y el baño turco, y antes de subir al bus miramos incrédulos el termómetro que, bajo el cero, no pasa de diez a pleno sol.