Wednesday, April 23, 2008

UN VIAJERO COMO OTRO CUALQUIERA


El tránsito por Turkmenistán se hace mas sosegado de lo que nos hacían imaginar los insuperables trámites burocráticos para conseguir el visado. Cruzar la frontera supone un choque frontal con una cultura diferente; nos impresionan los cambios que ha obrado en nosotros el estar inmersos en una sociedad tan reprimida como la de Irán. Mujeres sin velo, hombres charlando abiertamente con ellas sin reparo en saludarlas o darles la mano despiertan nuestro instinto inducido por mes y medio de televisión de mullahs y prohibiciones absurdas. Turkmenistán no es tierra de libertades, pero al menos tenemos el consuelo de poder mirar a los ojos sin sentirnos culpables, y la recompensa de una sonrisa de mujer.
Ashghabat nos sorprende, moderna y tranquila, echamos de menos el bullicio y la vida de las calles de Teherán. Una ciudad aséptica, escenario de un gran hermano postsoviético, que continuó las locuras del Kremlin. Fotos del nuevo presidente, heredero del fallecido Niyazov, vigilan las calles junto a continuas referencias al único libro de "Turkmenbasi". Ególatras consumados, subidos en pedestales de oro, controlan la vida de los turkmenos que miran para otro lado como si no fueran con ellos las locuras de sus líderes.
Cruzamos el país a todo tren empujados por la brevedad del visado y alentados por el encuentro con Sandra, que se unirá a nosotros en Tashkent, y que traerá en su mochila energías frescas para desperezar nuestros espíritus agotados por seis meses de viaje, y nuevas ilusiones para nuestras mentes que se quedaron ya sin capacidad de sorpresa por el exceso de estímulos.
Alquilamos un piso en la capital de los Uzbekos y aspiramos a vivir como ellos sin lograrlo. Nuestras caras de asombro al viajar en el metro, hermano pobre del impresionante metro de Moscú; nuestra incapacidad de comunicarnos que nos impide comer más de uno o dos platos de los que, con mucho esfuerzo, aprendimos el nombre; nuestras vestimentas, demasiado nuevas o demasiado gastadas, que despiertan de su letargo a los policías, aburridos por el exceso de guardianes o por la falta de pillos; resaltan nuestra extranjería, y nos convierten en blanco de miradas y en tema para las fotos del turismo local.
Más trámites que cumplir, nuevas embajadas aligeran nuestra reserva de billetes; de esos verdes que creen en dios y que se usan para traficar con el diablo. Una semana se nos escapa entre los dedos, deseosos de huir, de conocer de una vez aquellas ciudades que tanto prometían cuando, antes de comenzar el viaje, mirábamos el mapa con la ilusión de un chiquillo.
Samarkanda, Bukhara y Khiva no nos decepcionan por su belleza, pero nos dejan confundidos por su falta de alma. Lo que no acabó de robar la planificación marxista, lo remata la creciente actividad turística. Nada queda de lo exótico, del paisaje evocador de sueños orientales y caravanas de camellos. Las hordas de Gengis Khan sustituídas por autobuses de occidentales que, como nosotros, vinieron a buscar la magia que se perdió con la llegada de los tiempos modernos.
Resignados y asumiendo nuestra parte de culpa, nos perdemos por las callejuelas de Khiva a la espera de que llegue la noche; para poder pasear con los ojos cerrados; para poder imaginar la vida de esta ruta que fue el corazón del mundo en otro tiempo.

Thursday, April 3, 2008

UNA DE ROCK 'N ROLL


Isfahan da paso a Yazd y Yazd a Shiraz, tierra donde antiguamente se bebían los mejores vinos. De ese pasado consagrado a las buenas costumbres sólo quedan los poemas de Hafez y el nombre de una variedad de uva. El vino se perdió, pero Hafez permanece en el corazón de los persas y es venerado como el más santo de los profetas. En su tumba nos hablaron de su pasado y abrieron una ventana a nuestro futuro.
Una agradable noche de primavera comprobamos el rigor de las autoridades que, de un tirón, arrancaron de nuestras manos uno de los pocos placeres que todavía son tolerados por estos lares.
Con la esperanza de solearnos en las playas de Bandar-e-Abbas afrontamos el año nuevo persa entre máscaras de colores, que no de fiesta, compras frenéticas y una enorme dificultad para encontrar un alojamiento acorde con nuestro presupuesto; dificultad que pone a prueba todos nuestros recursos de viajero. Las sucias aguas que bañan Bandar nos mantienen en la orilla y nos conformamos con zambullirnos en su bullicioso mercado, que en estos días del año 1386 son un espectáculo de compras de última hora que nos recuerdan nuestra consumista Navidad.
Llega el 1387, algunas de las leyes del país se corresponden con las de occidente por esas fechas, y lo que más llama nuestra atención son los burkas de colores que las mujeres soportan estoicamente bajo el calor sofocante del Golfo.
En Irán, la fiesta del año nuevo no es cosa de tomarse a la ligera y se celebra con inverosímiles acampadas en los lugares mas extravagantes. Los comercios permanecen cerrados, y Kerman sería una ciudad fantasma de no ser por las casas de trapo que brotan en cualquier rincón. Los iraníes se convierten en nómadas por unos días, y en ciertos lugares como Mashad, el reto de conseguir alojamiento es misión imposible. Mashad es el lugar donde descansan los restos del imán Reza. Aquí llegan peregrinos de todo el mundo chiíta aprovechando los días de asueto que les brinda el "nowruz". Llamamos a todas las puertas, agotamos opciones, jugamos el papel de turista pobre e indefenso -que es lo que somos- y, finalmente, la policía ejerce su influencia para encontrarnos un lugar digno donde descansar nuestras mochilas.
Adquirimos el título de "mosafer" de honor, comemos con el alcalde de Mashad y, después de darle nuestra visión occidental de como se podría mejorar el turismo, y de evitar ciertas preguntas con veneno acerca de las mujeres de Irán, contravenimos sus deseos de mullah y nos colamos en la tumba del venerado imán; vetada a los infieles.
Años de conciertos de mecheros boca abajo y empujones nos han preparado para el espectáculo dentro del lugar sagrado. Gente caminando sobre cabezas ajenas, multitud enfebrecida aplastando a sus congéneres para llegar a tocar al santo mientras los afanados guardianes golpean con plumeros telescópicos las cabezas de los más exaltados para intentar controlar la muchedumbre. Unos minutos nos son suficientes para entender por qué no comprendemos nada y abandonamos el lugar con la certeza de llevarnos en la memoria una experiencia que quedará por mucho tiempo.
Las hojas de 1387 van cayendo y el tiempo llega de regresar al futuro; el 2008 nos espera al cruzar una frontera que separó dos grandes imperios. Nos despedimos de Irán y de sus gentes con pena por abandonar uno de los lugares que mejor nos han tratado en nuestro deambular por el mundo. Una nación juzgada y condenada por la sinrazón de su gobierno; juicio y condena alimentados por la estupidez y el interés de unos pocos.