Thursday, December 27, 2007

NOCHEBUENA EN ESTAMBUL


El tiempo no transcurre a bordo, viajar en barco parece una cosa de otro tiempo y la paciencia se pone a prueba entre el desayuno y la cena. Los que no tenemos prisa ni destino vemos las olas de la tarde dibujar las mismas formas de la mañana y la comida de la noche repetir los sabores del mediodía. De repente la litera deja de zarandearnos de lado a lado, señal inequívoca de que hemos entrado en el Estrecho del Bósforo; la silueta de Estambul se dibuja contra el sol de un nuevo día y la figura de los minaretes de las mezquitas anuncian la entrada a otro mundo.
En Estambul comienza la carrera por conseguir los visados que nos abrirán las puertas de Asia Central. La burocracia que regula los trámites nos obliga a quedarnos en la ciudad al menos un mes, tiempo más que suficiente para tomarle el pulso a la vida.Días antes de nuestra Navidad llega la fiesta musulmana del Bayran; según nos cuentan en la calle, el Bayran conmemora la historia compartida con los cristianos del profeta Abraham, al que su dios le pidió que sacrificara a su hijo; pero que en el último momento se conformó con un cordero. Para celebrarlo los musulmanes sacrifican durante cuatro días vacas y corderos; una parte de los cuales los regalan a los pobres, y otra la comen en familia a modo de nuestra Nochebuena. Se acaba la fiesta y la vida vuelve a la normalidad. Los turcos siguen su rumbo completamente indiferentes a las celebraciones que tienen lugar en la otra parte del mundo; en la nuestra, en la que nuestras familias y amigos están afilando los cuchillos para trinchar el pavo o cortar el bacalao.
Nosotros, a medio camino entre dos dioses, asistimos como espectadores a los sacrificios del Bayran, y brindamos con nostalgia por una Nochebuena que pasaremos a cientos de kilómetros
de los nuestros.

Friday, December 21, 2007

CAMİNO DE CONSTANTİNOPLA


Llegamos a Bucovina con el único propósito de visitar los fantásticos monasterios que conservan sus frescos al aire libre a pesar del paso de los siglos y de los rigores de cientos de inviernos.
Pertrechados en Suceava ponemos nuestras esperanzas en manos de los que predicen el tiempo y, aprovechando una tregua del duro invierno, alquilamos un coche para desplazarnos con comodidad y para devolver a los campesinos los favores recibidos.
Las monjas que habitan los monasterios parecen afectadas por la reclusión y la tristeza del clima y nos regañan como a chiquillos en el patio de un colegio por desobedecer unas normas que parecen depender de cada una de ellas.
Contentos por la ventanita de sol seguimos camino hacia la república de Moldavia de paso para Odessa. En el escaso tiempo que pasamos en Chisinau conocemos a Octav, un supuesto agente de los servicios de inteligencia de la república, demasiado indiscreto para agente secreto y demasiado sonado para trabajar en cualquier cosa que tuviera que ver con inteligencia. Por sólo 30 € al día, Octav nos ofreció protección frente a la mafia rampante del país. Decidimos rechazar la tentadora oferta y arriesgarnos a pasear en solitario por las más que tranquilas calles de la ciudad, que poco tiene que ofrecer y que pronto abandonamos para entrar en Ukrania.
En los pasos de frontera dejamos las horas mirando con envidia a las aves migratorias que parecen burlarse con sus graznidos del afán estúpido del hombre por inventarse fronteras. Al fin llegamos a Odessa, puerto mítico del Mar Negro en los tiempos de los zares y famosa por la escena del carricoche que inmortalizó Eisenstein en "El Acorazado Potemkim".
Preguntamos por lo más interesante de la ciudad y siempre la respuesta es la misma:
- Aquí lo único interesante son las mujeres.
- Bueno, tampoco esta mal para variar...
Después de cinco días esperando el ferry que nos llevara a Estambul no podemos por más que darles la razón; aquí los monumentos nunca están en el mismo sitio. Decidimos ser malos por una vez, también para variar, y mıentras la temperatura baja y la nieve cae fuera, en el local se funde el hielo conforme avanza la noche... El que conoce Ukrania ya sabe de qué hablo, y el que no, no me lo va a creer.
Huyendo de la nieve que no ha cesado de caer en los últimos días nos refugiamos en el barco que dibuja su estela rumbo a Estambul.

Thursday, December 6, 2007

RETORNO AL PASADO


Nuestras huellas en la nieve huyen de Transilvania adelantando a los viejos carromatos que convierten las carreteras de Maramures en caminos del pasado. No podemos evitar la tentación que supone una tierra en la que las viejas tradiciones se resisten a perder su sitio. El progreso va desplazando poco a poco los antiguos estilos de vida y hasta los gitanos se inician en las artes de internet. Maramures se va adaptando lentamente a los cambios y guarda todavía para el viajero los encantos de una vida sin prisas, la sonrisa de plata del que se puede permitir el lujo de pararse a conversar con el extraño y la picardía de la chiquillería que, emboscada, reta al forastero a una batalla de bolas de nieve.
En Sapanta descubrimos la alegría de la muerte en un cementerio de colores que ironizaba con las anécdotas más escabrosas de la vida de sus muertos; descubrimos también la hospitalidad de sus vivos, que comenzó con el ofrecimiento de un vaso de leche en una de las casas más humildes del pueblo, y acabó con una proposición formal de matrimonio.
Todavía con el susto en el cuerpo nos adentramos en lo más profundo de la región; llegamos a Sieu con la confianza de encontrar un lugar donde dormir y, como por casualidad, somos acogidos en la casa de una maestra retirada que cocinaba como los mejores chefs en activo y de un forestal jubilado que compartía jubilosamente su mejor licor de ciruelas, (probablemente porque con nuestra visita disfrutaba de un permiso especial). Allí comimos y bebimos, y caminamos por carreteras desiertas, y nos paramos a charlar con campesinos y arrieros, y fuimos a la misa del domingo, y al mercado del pasado, y jugamos a comprar un cerdo y lo volvimos a vender. Cansados de no ver la sombra de las personas ni de las cosas atravesamos las montañas en busca de un sol que no quiere brillar.
El paso Prislop hace soñar, la nieve se agarra a las ventanas y el paisaje se convierte en una postal en blanco y negro. El bus desciende vertiginosamente por la carretera helada dejando atrás los Cárpatos, obligándonos a girar la cabeza para guardar un ultimo recuerdo de una tierra que nos hechizó con sus encantos.