Nos asomamos por fin al mar Egeo, un antiguo cruce de caminos deseado por griegos, persas y romanos; por estas tierras deambularon personajes como Alejandro Magno, Troya se dejó engañar por un juguete inocente y las maravillas del mundo antiguo eran el camino a casa de los habitantes de estas costas. Por un terreno en el que la virgen Maria pasó sus últimos días vamos arrastrando los pies entre las ruinas que soportan con orgullo el paso de los siglos.
Nos acercamos hasta Ayvalik para presenciar un espectáculo que promete ser interesante. Días atrás nos hablaron dela lucha de camellos; hoy es domingo y en Ayvalik es día de fiesta, junto a un cercado se acumulan sillas, carros y barbacoas; la mañana es fría y rostros adormilados van preparando el sitio dispuestos a disfrutar. Aparecen los primeros camellos engalardonados con trajes multicolor a medida de tan particular silueta. Los dueños de las bestias las muestran con orgullo dentro de la improvisada plaza. Al principio nada tiene sentido y las peleas se nos antojan juegos infantiles, el sol va subiendo, las botellas de licor se secan en las gargantas del gentío y la música se acelera al ritmo alegre de los danzantes. Los camellos se contagian del paso vivo que toma la tarde y las peleas desatan la algarabía del público.
Aprovechando el anonimato de ser los únicos turistas y el camuflaje que brindan nuestras abultadas cámaras nos hacemos pasar por periodistas extranjeros y nos colamos en el ruedo junto a la televisión local. Más de una vez tenemos que quitarnos del paso del camello perdedor que, batiéndose en retirada, amenaza con arrollarnos en su huída y llenarnos de babas.
La fiesta llega a su final y nos despedimos de Ayvalik con la alegría de haber vivido una tarde inolvidable entre luchas, ritmo de charanga, fiesta mayor y bocadillos de salchicha de camello; ese es el fin ultimo de los campeones que dejan de ganar y el de los aspirantes que nunca lo fueron.
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