Sunday, March 2, 2008

AQUELLOS MARAVILLOSOS AÑOS


Cruzar el puesto fronterizo de un país a pie siempre le provoca a uno sensaciones más intensas que cuando se hace en el entorno protector de cualquier medio de transporte. En el caso del paso de Norduz, la impresión de vulnerabilidad se magnifica por la majestuosidad de las montañas que forman el valle del río Araxe.
La marshrutka nos deja frente a la salida de Armenia y el conductor se despide de nosotros con una sonrisa. Los nubarrones grises dan a los picos un aspecto amenazador; encogidos por el entorno y por el peso de nuestras mochilas avanzamos hasta la entrada de un lugar desconocido para nosotros.
Nuestro pesar se va despejando con las nubes y con la cálida acogida de los guardas de la frontera; después de un regateo a ciegas por desconocer el valor real de la moneda, nos embarcamos en un taxi rumbo a Jolfa. Pasamos la mitad del camino absortos en la contemplación de la puesta de sol; y la otra mitad rogando por que no sea el día del taxista. Con el tiempo iremos descubriendo que su forma de conducir no difiere mucho de la del resto de conductores.
En Tabriz saboreamos por primera vez la abrumadora hospitalidad de los iraníes; tres jóvenes se ofrecen voluntariamente a mostrarnos su ciudad e invitarnos a comer en la casa de sus padres.
De la mano de Shahzade recorremos Tabriz, pero su mayor inquietud es transmitirnos su impotencia, su desencanto, su falta de opciones en un país en el que el gobierno no escucha los gritos de libertad de su gente.
Para siempre nos quedará grabado el brillo en los ojos de aquella señora -preciosa mirada turbada por la emoción- que se acercó corriendo para que contáramos a nuestro regreso la realidad del Irán de los ayatollah.
Partimos de Tabriz hacia Zanjan atraídos por unas ruinas del siglo III y, antes de apearnos del bus, hemos hecho amistad con Naser; un estudiante de informática que nos ofrece alegremente su casa compartida con otros compañeros. Dudamos por un momento, pero nos dejamos arrastrar por la insistencia persuasora del joven Naser, que de ningún modo acepta nuestra negativa.
En Zanjan pasamos tres días memorables, recordando viejos tiempos de la vida de estudiante; celebrando mi avanzada juventud en un cumpleaños con sonido a folclore iraní y a burbujas de pipa de agua; y dejándonos llevar por un ritmo de vida incompatible con madrugones. Si las ruinas están en su lugar desde hace siglos, bien podrán esperar unos años más.
Con la pena del que se despide para siempre de amigos de la infancia, dejamos a Naser, Yusef y Muslem plantados frente a la ventanilla bromeando con el entusiasmo del que tiene toda la vida por delante.

1 comment:

Anonymous said...

que grandes!!!!
como veo los pisos de estudiantes no conocen de nacionalidades ni diferencias, en todos se hace lo mismo al final!!!!
me alegro de volver a leeros,
un abrazo