Cansados de peatonear por el mundo nos lanzamos a explorar las estepas de Murgab en prestadas monturas de metal. Un viento huracanado se opone a nuestro avance, e incluso una tormenta de arena se suma al trabajoso esfuerzo que supone pedalear a más de tres mil quinientos metros por encima del mar. El camino, más largo y más duro de lo previsto, nos obliga a pasar la noche en una yurta plantada para extranjeros junto a una fuente de aguas termales. No conviene luchar contra las circunstancias en esta dura tierra, de nada sirve acelerar nuestros corazones cuando el próximo transporte vendrá quizás mañana, o quizás pasado.
Antes de abandonar Tajikistán hacemos una última parada junto al lago Karakul, y una vez más, esta vez en compañía de Arthur y de Natacha, nos vemos anclados junto a una carretera sin tráfico a merced del paso del tiempo, y a la espera de que una estela de polvo rompa la monotonía de un horizonte emborronado por el calor.
Cruzamos por fin a un nuevo país, marcado más por un cambio de clima que por la presencia de otra frontera. La sequía pertinaz de las últimas semanas se convierte en lluvias torrenciales, y nuestras esperanzas de que la "autopista del Pamir" mejore con los mayores recursos de que dispone Kirguizistán, se ven barridas bajo los innumerables desprendimientos que bloquean la carretera. Sorteamos una, dos, tres, infinitas barricadas naturales, soportamos con paciencia los atascos provocados, e incluso intentamos sin éxito organizar el tráfico dialogando con los ofuscados conductores. De nada sirve aportar nuestra visión occidental, cuando el más mínimo hueco lo ocupa inmediatamente el mas rápido o el mas fuerte. Después de una interminable odisea damos con nuestros doloridos huesos en Osh, punto de partida para recorrer este rincón de Asia Central, antes de dar el salto hacia China.
En Bishkek nuestros caminos se separan temporalmente, y Henry, el irlandés, se une al mio para visitar el lago Song Kol. Comenzamos la marcha de buena mañana, y aún no hemos caminado ni veinte minutos cuando escuchamos por primera vez una palabra que nos acompañará durante toda la ascensión. "Kumuz" nos gritan desde una yurta junto al camino, y así descubrimos la bebida nacional, después del vodka, que preparan los nómadas con leche de yegua. La abrumadora hospitalidad local convierte la excursión en una inacabable caminata interrumpida constantemente para saborear el kumuz; y la fuerte pendiente martiriza nuestros estómagos ya agonizantes por la acidez y el exceso de líquido.
Junto al lago las tormentas se suceden, los días transcurren en la vida de los pastores como lo han hecho siempre; y en las nuestras con más hospitalidad y más leche de yegua fermentada -me esta empezando a gustar esta bebida-, en casa de los que menos tienen.
Antes de abandonar Tajikistán hacemos una última parada junto al lago Karakul, y una vez más, esta vez en compañía de Arthur y de Natacha, nos vemos anclados junto a una carretera sin tráfico a merced del paso del tiempo, y a la espera de que una estela de polvo rompa la monotonía de un horizonte emborronado por el calor.
Cruzamos por fin a un nuevo país, marcado más por un cambio de clima que por la presencia de otra frontera. La sequía pertinaz de las últimas semanas se convierte en lluvias torrenciales, y nuestras esperanzas de que la "autopista del Pamir" mejore con los mayores recursos de que dispone Kirguizistán, se ven barridas bajo los innumerables desprendimientos que bloquean la carretera. Sorteamos una, dos, tres, infinitas barricadas naturales, soportamos con paciencia los atascos provocados, e incluso intentamos sin éxito organizar el tráfico dialogando con los ofuscados conductores. De nada sirve aportar nuestra visión occidental, cuando el más mínimo hueco lo ocupa inmediatamente el mas rápido o el mas fuerte. Después de una interminable odisea damos con nuestros doloridos huesos en Osh, punto de partida para recorrer este rincón de Asia Central, antes de dar el salto hacia China.
En Bishkek nuestros caminos se separan temporalmente, y Henry, el irlandés, se une al mio para visitar el lago Song Kol. Comenzamos la marcha de buena mañana, y aún no hemos caminado ni veinte minutos cuando escuchamos por primera vez una palabra que nos acompañará durante toda la ascensión. "Kumuz" nos gritan desde una yurta junto al camino, y así descubrimos la bebida nacional, después del vodka, que preparan los nómadas con leche de yegua. La abrumadora hospitalidad local convierte la excursión en una inacabable caminata interrumpida constantemente para saborear el kumuz; y la fuerte pendiente martiriza nuestros estómagos ya agonizantes por la acidez y el exceso de líquido.
Junto al lago las tormentas se suceden, los días transcurren en la vida de los pastores como lo han hecho siempre; y en las nuestras con más hospitalidad y más leche de yegua fermentada -me esta empezando a gustar esta bebida-, en casa de los que menos tienen.
El contacto con las montañas carga mis energías, las posibilidades son infinitas, y la corta estancia que nos posibilita nuestra visa, me obliga, a seguir camino con la mirada fija en los montes de Karakol. Los paisanos van sembrando sus casas de piel allá donde la tierra es más generosa con sus pastos, y el paisaje se va poblando de árboles a medida que nos acercamos a Issyk Kul. Lejos en la memoria quedan ya los áridos montes del Pamir, y las elegantes cumbres del Tia Shan, nos reciben con el estruendo de sus ríos en el apogeo de la primavera.
1 comment:
Hola
Un saludo desde las calurosas tierras de Aragon, que se hace mas llevadero gracias al barranquito que ayer nos hicimos por tu tierra, cuando vuelvas te espero para hacernos algunos juntos.
Abrazos
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