El trayecto hasta la frontera transcurrió sin ninguna novedad, el conductor de la furgoneta surcaba la nieve adelantando a coches y trineos con toda normalidad, dando una sensación de seguridad que negaba la ausencia del asfalto.
En el puesto fronterizo de Turkgozu nos quedamos sin medio de transporte, y ante la ausencia evidente de cualquier posibilidad de viajar al pueblo mas cercano, atacamos al peculiar trío de turcos que esperaba la conclusión de las formalidades para seguir camino. Nuestra falta de opciones nos deja en inferioridad a la hora de negociar y, tras despedirnos de nuestras últimas liras, aseguramos el pasaje con los bolsillos del revés.
Los burócratas nos dan vía libre, ocupamos nuestros asientos en la parte trasera del coche y esperamos pacientemente a que el chófer se despida de sus amigos de la frontera. Primero para en una caseta para devolverle las cadenas al guarda; poco después frente en lo que parece una gasolinera para saludar a voz en grito. Arranca; completamente atónitos comprobamos que la carretera sigue cubierta de nieve y que el chivato luminoso anuncia frenético que el combustible esta a punto de agotarse. Confiados en que el tipo no puede ser tan estúpido nos relajamos en nuestros asientos; el mas bajito comenta algo entre risas y del techo baja una pantalla de vídeo. Dos mujeres desnudas en actitud mas que cariñosa nos convencen de que ya hemos entrado en suelo de Georgia y de que los turcos, con la frontera, han dejado atrás a su dios y sus costumbres. Nos miramos y divertidos, constatamos una vez mas que la hipocresía rige la vida de los más beatos en cualquier parte del globo.
A la vez que el ánimo de nuestros amigos, la carretera se levanta, el coche se rinde, incapaz de salvar la pendiente nevada sin la ayuda de las cadenas. Varios intentos comienzan a desesperarnos hasta que aparece un vehículo que vivió sus mejores años en los tiempos de Stalin, y que dispone de unas cadenas que no desentonan con la edad de la máquina. Con una sola rueda la pendiente queda atrás: pero no avanzamos demasiado antes de que la realidad dé la razón al testigo de la gasolina y nuestro benefactor tenga que sacarnos de apuros una vez más.
Anocheciendo llegamos a nuestro destino y nos despedimos del transporte, casi besando el suelo a la usanza del viejo Papa, mientras nuestros compañeros de viaje achacan todos nuestros males a un castigo de Ala por habernos mostrado la película porno.
1 comment:
Juas, joer chicos un cambio de frontera de libro eh, menos mal que todo acabó bien ;)
Besazo
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