La carretera que conduce a Dubrovnik se aferra a la costa para no caer en el azul profundo que la acecha desde abajo; llueve al otro lado del cristal, con nuestra cabeza apoyada en la ventana vemos alejarse un mar despeinado, agitado por el viento. Las horas pasan eternas, la música acompaña nuestros pensamientos melancólicos mientras una mano invisible dibuja figuras abstractas en el agua. El placer de viajar, de abandonar todo lo conocido mientras nuevos paisajes se presentan ante nosotros tiene algunos inconvenientes.
La noche ha ganado una batalla más, sin estridencias, sin grandes espectáculos el sol se fue a dormir tras la nubes antes de que una triste estación de bus pusiera fin a nuestros sueños. Bajo la lluvia nos perdemos por las callejuelas de la ciudad en busca de un hogar de alquiler.
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