Tomamos un tren hacia Trieste ajenos a las normas que rigen las vidas de los italianos. Ignorando que el peso de la ley se cernía sobre nuestras cabezas matábamos el rato a golpe de naipe mientras un revisor, fiel guardián, celoso de sus leyes, afilaba la punta de su lapicero para rematar con una estocada manuscrita una multa de mil euros.
- Pero si hemos comprado el billete! -Protestamos al unísono.
- Sí, pero hay que validarlo antes de subir al tren. Son mil euros. - Sentencia el juez, jurado y verdugo en un inglés improvisado. Aún a sabiedas de que ha confundido las centenas con el milenio y que su actitud es propia de otro siglo, nos negamos en rotundo a pagar - faltaría más!- al final todo se soluciona bajando al andén en la siguiente estación e insertando el maldito billete en la dichosa maquinita.
Sin mayor novedad conseguimos llegar a Piran contagiándonos al instante de la tranquilidad que inunda sus calles, de luto por la muerte de un verano que a buen seguro animó sus playas hoy desiertas.
1 comment:
Pero si sois buenísimos!!! Y yo sin enterarme!!! Jorge, no me cuentas nada. Cómo puede ser que no haya comentarios? Ah! Porque esto es nuevo, no? Bueno, pues yo ya me he enganchado a vuestra aventura. Creo que no hay vuelta atrás. Me encuentro en el punto de no retorno. Así que os leeré en mis repartidos ratos de ocio... Suerte y a disfrutar! Y no olvidéis hacer disfrutar a los demás.
Besos.
Maríabtro.
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