Un puñado de calles acurrucadas al abrigo del castillo salvan a Liubliana de ser una ciudad sin ningún atractivo. En esas calles se concentra la vida de la capital, y en sus terrazas se solean los eslovenos, que según hemos podido comprobrar, gustan de disfrutar de una buena cerveza o de un café en compañía.
Las garras del crudo invierno van arañando las ventanas de la vieja Europa y mientras los días son todavía benignos y el sol cuelga del cielo el tiempo suficiente, sus calles gozan de un último aliento de vida que poco a poco se irá apagando con la llegada de los primeros hielos. Mientras no llegue ese momento, aprovecharemos hasta el último rayo para mezclarnos entre la masa de paseantes e ir descubriendo sin prisas, sabedores de que el reloj no corre en nuestra contra.
Liubliana no da para más, así que decidimos abandonarla a la búsqueda de unas montañas que prometen despertar nuestros sentidos ávidos de nuevoas estímulos y desperezar nuestras piernas aburguesadas ya por la naturaleza de nuestro viaje.
Sunday, October 28, 2007
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